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El amor nunca termina, no tiene edad.
Felipa se hacía cruces, ¡lo que ve el que vive!, Pedro juega al dominó con los demás ancianos, pero ya no se atreve ni a levantar la vista de las fichas. Ella, mientras sigue bordando, recuerda los recientes acontecimientos que le llevaron a esa situación, y menea la cabeza con pena.
Felipa se hacía cruces, ¡lo que ve el que vive!, Pedro juega al dominó con los demás ancianos, pero ya no se atreve ni a levantar la vista de las fichas. Ella, mientras sigue bordando, recuerda los recientes acontecimientos que le llevaron a esa situación, y menea la cabeza con pena.
Felipa se hacía cruces, ¡lo que ve el que vive!, Pedro juega al dominó con los demás ancianos, pero ya no se atreve ni a levantar la vista de las fichas. Ella, mientras sigue bordando, recuerda los recientes acontecimientos que le llevaron a esa situación, y menea la cabeza con pena.
Pedro ya dejó de ser el mismo, cada vez que ve a Felipa, baja la vista temeroso. Ya no mira sus bordados. Felipa sonríe con pena pensando que Casilda no es mujer para Pedro. No se puede cortar la libertad de esa manera, no se puede retener el amor con el miedo. Ella también tiene celos de su Mariano cuando se le va la vista detrás de las otras ancianas. A veces se ha sentido enfadada, pero nunca se metió con ellas y tampoco quiso que Mariano las dejara de mirar.
Sigue bordando mientras le da vueltas a la cabeza, diciéndose que tanta cultura no enseña a tener principios, ni a saber comportarse. La prueba la tiene en Casilda, la de los anónimos, la que le gusta disfrazar la letra, pero a Felipa no la engaña, ¡pues menuda es ella!. Se conforma pensando que al menos su Mariano se mueve con libertad y la ama aunque mire a las otras. Lo de Pedro ya es harina de otro costal, no sabe si querrá mucho a Casilda, pero tiene seguro que le convertirá en un calzonazos.
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