
De pequeña...
De pequeña, cuando me quejaba ante mi madre de que éste o aquél compañero de colegio me hacía daño, ella me aconsejaba que cuando advirtiese que alguien se acercaba a mí con intención de agredirme, o burlarse, yo cambiase de acera y lo esquivara; para así no tener que enfrentarlo y ponerme a su altura. Luego, ya de mayor, recuerdo que me decía que siempre fuese “amiga” de la gente mala. Ella argumentaba que, si alguien planea hacerte daño y tú le muestras tu cara más amable, tu mayor sonrisa, tu solicitud, esta persona se quedará asombrada, tanto, que parará en el aire, antes de rozarte, el estilete que pretendía herir tu cuerpo o tu alma, y perpleja, esconderá la mano… Nunca he sido una niña animosa, ni una mujer valiente y sí, una hija obediente. Así que, sin sopesarlos demasiado, acaté los consejos de mi madre, pues, siempre sufrí terror ante la maldad en las personas. Hoy, con los años ya cansados de caer en mis alforjas, he descubierto que, la gente rencorosa, vengativa, malintencionada… ya no me provoca el más mínimo miedo. No, ahora sólo me producen una inmensa compasión…
©Trini Reina
|