I. Introducción: la raíz del problema
Para empezar, vamos a ir derechamente al fondo del problema. A mi manera de ver, el problema, que aquí tenemos que afrontar, se puede (y creo que se debe) plantear en estos términos: la condición necesaria e indispensable, para poder entender y vivir el cristianismo, está en que éste se pueda vivir y practicar, no en lo religioso y desde lo religioso, no en lo sagrado y desde lo sagrado, sino en lo profano y desde lo profano, en lo laico y desde lo laico.
Ahora bien, hoy nos damos cuenta de que, en este momento, estamos en condiciones de afirmar que Jesús fue un hombre profundamente religioso (por su constante relación con el Padre del cielo y por su intensa vida de oración), pero al mismo tiempo fue un laico, que vivió su religiosidad y presentó su religiosidad de forma que entró en conflicto con la religión (con la Ley, el Templo y los Sacerdotes). Y sabemos que aquel conflicto terminó siendo mortal, en el sentido más literal de la palabra. Jesús, en efecto, fue perseguido, juzgado, condenado y asesinado por la Religión.
Ahora bien, desde el momento en que las cosas sucedieron así en los orígenes del cristianismo, se nos plantean dos problemas de gran calado en los que (según creo) muchos cristianos no piensan: 1) La gran dificultad que tenemos para entender a Cristo. 2) La gravedad del problema religioso y cristiano que estamos viviendo.
1. Nuestra comprensión de Cristo. Si Jesús vivió como sabemos y murió por lo que sabemos, tenemos el derecho y el deber de preguntarnos cómo es posible, desde la Religión, entender a un hombre (Jesús) que fue rechazado y asesinado por la Religión. Y por tanto, cómo podemos, desde nuestra identificación con la Religión, vivir y practicar un proyecto y un mensaje que fue rechazado tan brutalmente por la Religión.
Al hablar de este asunto, es importante tener en cuenta que, cuando hablamos de nuestra identificación con la Religión, nos referimos ante todo a un hecho cultural y sociológico: hemos nacido y hemos sido educados en una cultura religiosa y en una sociedad marcada por la Religión. De forma que, seamos o no seamos conscientes de ello, estemos o no estemos de acuerdo con ello, el hecho religioso es un elemento constitutivo de nuestras propia identidad. Incluso en el caso de aquellas personas que se consideran agnósticas o ateas. Porque también esas personas han construido su propia identidad en una cultura religiosa y en una sociedad configurada (en buena medida) por la Religión.
2. El problema religioso-cristiano que estamos viviendo. La Religión está representada y es gestionada, en nuestra sociedad, por una institución, que es la Iglesia. En el caso concreto de España, por la Iglesia católica, que es, no sólo una institución religiosa, sino que además es un Estado. Lo cual quiere decir que las relaciones de la sociedad con la Religión son, no sólo
relaciones religiosas, sino además (e inevitablemente) también relaciones políticas. Como es bien sabido, estas relaciones han sido con frecuencia problemáticas y a veces conflictivas. Pero, mientras duró el Antiguo Régimen, los conflictos entre religión y sociedad fueron siempre conflictos de poder, siempre dentro del hecho religioso, que era aceptado por todos, lo mismo por el poder político que (como es lógico) por el poder religioso.
Los conflictos cambiaron radicalmente de sentido a partir de la Ilustración y con el nacimiento de la Modernidad. Porque ya no eran conflictos de poder en una sociedad religiosa, sino confrontaciones entre la religión y la sociedad, entre la Iglesia de siempre y la nueva cultura. Y ahora, con la Posmodernidad, los problemas se han agudizado y han llevado la tensión al límite. Porque, en este momento, ya no se trata del conflicto entre la sociedad y la Iglesia. Se trata de una situación mucho más radical. En este momento, el problema está en que el cristianismo se está saliendo de la Iglesia. El cristianismo se vive en la sociedad laica, tolerante, plural, defensora de los derechos y de la dignidad de las personas. La religión sigue en la Iglesia, en su sacralidad, en su dignidad, en sus poderes y privilegios.
Pero ahora comprendemos, mejor que nunca, que desde la religión, desde el poder de la religión, desde la dignidad de lo sagrado, no es posible ni comprender, ni vivir el cristianismo, el mensaje de un hombre (Jesús) que, insisto, fue perseguido por la religión, condenado por la religión, asesinado por la religión, en el
despojo de todo poder y de todo privilegio, en el abandono y la exclusión de un subversivo que se vio rechazado por el Templo, por la Ley y por los Sacerdotes.