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No hay que temer a ser como somos. No debe importar si gusta o no, sólo estar en armonía con nuestro ser, dejarle hacer. Acudir siempre a nuestra memoria arcana, pues ella poco a poco nos abrirá paso a nuestra propia sabiduría de vida. Seguro que el resto sabrá reconocer y valorar nuestro mundo.
Si fuera todo igual, si todo se guiara por idéntico patrón, perteneceríamos a un rebaño, y eso tiene que ser muy aburrido, pues todos balan igual.
No es necesario que contemos, que hablemos sobre nosotros, pues de ello se ocupan los hechos, y nadie creería en una palabra que va vacía.
Son inevitables los enfados, y las tristezas; pero sí se pueden suavizar con la confianza en la vida. Ella no nos dejará de asistir, ni de traer lo verdaderamente importante hacia nosotros.
El lamento no tiene ningún valor, a no ser que sea como terapia de descarga. No nos favorece, porque nos terminan por no hacer caso. Cuando la gente sabe, porque se nos nota, de nuestros problemas, acuden. Si no lo hacen, aún sería peor con el lamento. Suelen huir a los tristes, o se están sólo lo estrictamente necesario para no sentirse desalmados.
Toda comparación es odiosa, y no cabe cuando ya sabemos que todos somos irrepetibles y muy válidos. Intentar agradar dejando de ser nosotros mismos, y adquiriendo una máscara, lleva al efecto contrario.
El comportamiento debe ser natural. Hay que dejar fluir nuestro propio ser, y abrazar la vida acogiendo y resolviendo todo lo que trae.