Los maestros orientales y los profetas del Antiguo Testamento coinciden en su gusto por la escenificación parabólica de la propia vida del mensaje que la enriquece. Una tradición india del siglo III cuenta que un monje pobremente vestido se presentó en casa de un comerciante famoso para asistir a un funeral. No le dejaron entrar, disgustados por su deplorable aspecto. Al poco rato volvió de nuevo, pero bien afeitado, perfumado y lujosamente vestido. Con mil reverencias lo invitaban a pasar, pero él rehusó. Se despojó de su vestido y, arrojándolo a la entrada, dijo: << Que entre mi túnica a vuestra celebración. Yo me quedo aquí fuera. Cuando me presenté tal como era, no me quisisteis recibir>>.
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El monje Tenkai fue un famoso consejero de los gobernantes japoneses en la era de Tokugawa. Con 94 años, visitó en cierta ocasión el palacio para una consulta. Le obsequiaron con caquis, la fruta otoñal. Después de probarlos recogió los huesos y se los guardó en un pañuelo. Extrañados, le preguntaron para qué quería los huesos. Para plantar estas semillas y devolver al príncipe, dentro de unos años, el regalo que me ha hecho. El príncipe y los cortesanos no pudieron contener la risa al oír estas palabras en boca de una persona de más de noventa años. Todo el mundo sabe, pensaban, lo que dice el refrán;
"Tres años para un melocotonero y ocho para que dé fruto el árbol de caquis".
El monje se puso muy serio y dijo:
"Parece mentira que un gobernante tan prudente emita un juicio tan precipitado, sin saber esperar".
Ocho años después, cuando cumplía 102, fue a palacio a ofrecer las primicias del árbol de caquis para el príncipe.
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El maestro Haukin invitaba a sus discípulos a aplaudir con una sola mano y escuchar ese ruido. Ante su desconcierto, les hacía extender la palma de su mano izquierda, y él las iba golpeando con su mano derecha sucesivamente. <<¿Veis? No has de esperar que venga a ti la montaña. Adelántate tú a ir hacia ella. El ideal sería que todos aplaudiéramos con las dos manos. Pero puedes aplaudir chocando tu mano con la de quien lo aplaude. Si te quedas dando vueltas a la lógica y respondes que no es posible aplaudir con una sola mano, nunca te liberas>>.
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Del libro "El Otro Oriente. Más allá del diálogo".