es un dicho que me lleva a mi infancia, con el que mi madre, que no era especialmente una habilidosa ama de casa, aliviaba risueña sus fracasos domésticos.
murió bien pronto, a los 48 años, de modo que no nos dió tiempo a esa especial complicidad madre-hija frente a las exigencias sexistas de nuestra cultura. ella comenzó a trabajar a los 15 años, de mecanógrafa en la comandancia de marina de cartagena, para mantener a su madre, viuda de guerra y a sus hermanos pequeños.
aunque como ya sabemos, el glorioso destino de la mujer era el matrimonio, ella conservó durante toda su vida la hispano olivetti donde aprendió a teclear sin mirar.
en fin, amiguita, que me has hecho un dulce regalo esta tarde. gracias.