QUÉ PODRÍA hacer yo, porque no padecieras,
hermana, tanto, tanto.
Si lo supiera yo, si estuviera a mi alcance,
lo tendrías, hermana, y en tu vida
habría otra luz, otro talante, dulce, sosegado.
Mas te veo sufrir, y sufro porque sufres,
y no alcanzo a tener en mi poder remedio
a sufrir tuyo tan aciago.
Vamos así en la vida el uno junto al otro.
Tu dolor, al ser mío en el diario abrazo,
no tiene el aguijón del dolor solitario.
¡Qué bueno, si posible, también, hermana, fuera,
que de mi amor a ti, tu dolor compartiendo,
de mi afirmar la vida como valor perenne,
llegara hasta tu alma algún divino bálsamo!