Vicente Verdú
Personas torpes
Personas inteligentes y enternecedoras pueden mostrarse, no obstante, notablemente torpes en la gestión de sus vidas y en el mismo arte de amar. Confunden los tiempos y los modos, se comportan a menudo atropelladamente, accionan antes de meditar. Colocan, en fin, el pensamiento detrás del carro y su guía es ciega.
Del mismo modo, en suma, que los animales sin instrucción deciden itinerarios sin cálculo ni eficiencia final, estas personas tiernas e instruidas en innumerables libros dirigen sus pasos por terrenos escabrosos, enfangados y hasta propensos al descalabro general.
No consiguen, además, pese a los años vividos, aprender a vivir y esto tanto porque de una manera enternecedora permanecen como niños como porque de una manera desesperante no gozan de la madurez. Bastaría que fueran simplemente adultos. Que su larga constitución en ciernes llegara a cuajar alguna vez en una consistencia bastante para detectar las esquinas, los muros ciegos o los pasajes que llevan a un despeñamiento ya advertido popularmente, señalado históricamente y hasta reseñado como lugar común. Caerán, por tanto, al fondo del barranco y regresarán a la vida magullados y malheridos pero ni aun así será bastante para adquirir nuevas cautelas que impidan la reincidencia en lo peor. Son seres tan amables como desesperantes y personas, finalmente, tan autodestructoras como insufribles en el intercambio personal.
"Soy lo suficientemente inteligente como para poder disimular lo torpe que puedo llegar a ser".

