Aunque la humanidad parece querer transitar hacia la pérdida de las diferencias sexuales, el hombre y la mujer siempre serán diferentes.
Estas diferencias no se refieren a la equidad de derechos o de oportunidades, porque estos conceptos están más allá de los sexos y de cualquier forma de discriminación posible, sino a la característica esencial que tiene cada sexo en sí mismo.
Ambos sexos viven la vida y expresan sus emociones de distinta manera, se manejan con códigos distintos y difieren en su modo de relacionarse, de pensar, de hacer y de decir, características que los hace únicos en gran medida.
El hombre y la mujer se complementan armoniosamente, son los opuestos que abarcan la totalidad y entre los dos no dejan de lado ningún aspecto.
Las mujeres son más cuestionadoras, buscan las motivaciones profundas, indagan, se emocionan, se enganchan con las cosas y tienen más vida simbólica.
El hombre tiene mayor capacidad para mantener distancia, es más racional, más frío, actitud que le sirve para despegarse más rápido y no quedar atrapado.
La mujer tiene una perspectiva más subjetiva y es más intuitiva y el hombre es más teórico y más objetivo.
Ellos no hablan sobre sus conflictos y se resisten a escuchar sobre el tema, y ellas tienen que hablarlos con la pared para poder resolverlos.
Pilar Sordo, psicóloga chilena, autora del libro “Viva la diferencia”, nos dice que todo este cuestionamiento sobre la igualdad de los sexos no tiene que ver con los roles, porque desempeñar el rol que antes estaba a cargo exclusivo de una mujer no impide al hombre desarrollarlo sin dejar de ser hombre.
Así como el hombre puede ser un excelente chef, la mujer también y el sexo no es una variable que pueda interferir en la eficacia de cada uno de ellos.
Seguramente cocinen diferente, pero el resultado será el mismo, lograr su propósito.
La necesidad que sienten muchas mujeres de ser iguales a los hombres ha creado la competencia entre ellos, que no se justifica, porque ambos tienen para brindar cosas distintas.
Si un hombre realiza una tarea supuestamente femenina, no la hará igual, porque actuará como un hombre, de una manera diferente.
Una mujer puede hacer lo que su físico le permita y siempre de un modo femenino, porque no necesita renunciar a ser mujer para poder hacer tareas que supuestamente son de hombres.
Aquellas mujeres que adoptan actitudes masculinas y también los hombres que se comportan en forma femenina, no son ni mujeres ni hombres, porque en esos casos ambos pertenecen a una condición distinta.
No obstante, la lucha entre los sexos deja un saldo positivo. La mujer comprende que el liderazgo no depende del sexo, sino de las condiciones de cada uno y continúa siendo femenina; y el hombre se puede atrever a ser más sensible y sigue siendo un hombre.
La pareja sin embargo está en crisis, debido a muchos factores; entre ellos, a la informalidad de las relaciones, a la facilidad que tienen los hombres para abordar a las mujeres y llevarlas a la cama, a la pérdida del misterio, a la preponderancia del sexo en detrimento de los verdaderos afectos.
La falta de obstáculos, hace que una mujer no espere la conquista y se ofrezca libremente sin preámbulos, quitándole al hombre el placer de la conquista.
La mujer ha ganado espacio social y el hombre espacio en el hogar y un mayor contacto afectivo con los hijos.
Sin embargo, todavía existen hombres que se casan para tener a alguien que se ocupe de la casa para poder reiterar el modelo de hogar que tenían sus padres, y si una relación formal no les brinda esa posibilidad, entonces es probable que prefieran vivir solos.
El hogar ya no es aquel lugar de antes, al que un hombre volvía todos los días después del trabajo para sentarse a leer el diario o ver televisión, mientras su mujer se ocupaba de los chicos y de la cena.
Ahora, su hogar necesita que participe, que pase por el supermercado antes de volver, que esa noche cocine él y que mañana sea él el que bañe a los chicos, los lleve a la cama y les cuente un cuento antes que se duerman.