Algunos creen que estar en pareja significa compartir todo y que tienen la obligación de terminar con todos los vestigios de su pasado, renunciar a los amigos que no son comunes, a los deportes que no se practican juntos, a salir a correr o a hacer cualquier actividad deseada que acostumbraban hacer cuando estaban solos.
Sin embargo, esta creencia no tiene fundamento, porque tener una pareja no significa haber ganado un acompañante dispuesto a acompañarnos siempre a todos lados y a no dejarnos nunca solos; porque estar solo es una necesidad y cada integrante de una pareja tiene que saber que no puede renunciar a ello.
Aunque tanto los hombres como las mujeres pueden ser celosos y posesivos, la mujer es la que más suele depender del hombre y la que más espera compartir todo con la pareja, mientras el hombre, por lo general, desea tener más libertad y mantener alguna independencia.
Es saludable que ambos tengan la oportunidad de tener espacios propios que no tengan la obligación de compartir con el otro, porque dejar espacio entre ambos es tomar la suficiente distancia para poder ser uno mismo y respetar al otro en tanto que otro.
La vida en pareja tiene que tener oxígeno porque si no lo tiene, es como el fuego, se extingue.
Amar no significa vivir esclavo ni entregar todo al otro, es ser libre y no sentirse culpable por tomarse atribuciones que erróneamente algunos pueden considerar no aceptables en una relación de pareja.
Esta es una idea de nuestros antepasados que aún prevalece en nuestro inconsciente colectivo, que nos hace sentir incómodos cuando nos tomamos alguna libertad, y hasta nos atrevemos a juzgar a los que han superado esos ancestrales prejuicios y viven una vida más independiente.
Sin darnos cuenta, esta forma de pensar nos va obligando a ir abandonando cosas que nos gustan porque creemos que nuestra obligación es estar atento y dispuesto hacia el otro cada instante de nuestras vidas.
Este hábito de querer compartirlo todo con la pareja hace que vivir en pareja se convierta en la amenaza de perder gran parte de nuestros intereses.
Por ejemplo, salir de vacaciones alguna vez solos es saludable, porque un distanciamiento breve aviva la llama de la pasión y mejora las relaciones, ya que permite apreciar al otro desde otra perspectiva.
Se puede cambiar esta expectativa de vivir compartiéndolo todo; pero para lograrlo hay que pensar de otra manera y creer que es posible tener una excelente relación de pareja y libertad al mismo tiempo.
Una mujer tiene que tener intereses extra hogareños que le permitan tener vida propia. Los hijos, el marido y su casa no puede ser lo único en su vida, porque su horizonte se vuelve estrecho y ese entorno limitado donde todos crecen menos ella, la vuelve amargada y neurótica.
La comodidad tiene su precio, y aunque sea mucho el trabajo que le implique dedicarse al hogar, siempre tiene que tener un espacio para si misma y no entregarse de cuerpo entero a su tradicional función, porque a la larga, si hay asignaturas pendientes, éstas tienen un precio.
Salir del ambiente cotidiano es necesario, o sea saber que es posible liberarse del área común donde uno se puede convertir en el fusible de todos los conflictos internos. Porque es una necesidad y un derecho, significa rescatar la privacidad perdida, el lugar propio que jamás se tiene que ceder porque cada ser humano debe tener una intimidad que nadie vulnere.
La soledad no sólo la supera el hecho de tener una pareja, también las amigas son buenas compañías u otros familiares que tal vez se sientan postergados porque esa pareja se convirtió en la obligación de compartirlo todo.
Una pareja podrá sentirse más unida si ambos respetan sus espacios propios, porque no es saludable ser todo para alguien, ya que si uno desaparece no es justo que el otro sienta el deseo de seguirlo porque su mundo también se acaba.
La pareja es algo más en nuestras vidas, nunca todo.