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General: LA NIÑA DE LOS FOSFOROS
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Respuesta  Mensaje 1 de 2 en el tema 
De: Ana Laseria  (Mensaje original) Enviado: 05/12/2010 04:12

 

 

La niña de los fósforos
Por Hans Christian Andersen

¡Qué frío tan atroz! Caía la nieve, y la noche

se venía encima. Era el día de Nochebuena.

En medio del frío y de la oscuridad, una pobre

niña pasó por la calle con la cabeza y los pies

desnuditos.

Tenía, en verdad, zapatos cuando salió de su casa;

pero no le habían servido mucho tiempo.

Eran unas zapatillas enormes que su madre

ya había usado: tan grandes, que la niña las

perdió al apresurarse a atravesar la calle para

que no la pisasen los carruajes que iban en

direcciones opuestas.

La niña caminaba, pues, con los piececitos

desnudos, que estaban rojos y azules del frío;

llevaba en el delantal, que era muy viejo,

algunas docenas de cajas de fósforos y tenía

en la mano una de ellas como muestra.

Era muy mal día: ningún comprador se había

presentado, y, por consiguiente, la niña no

había ganado ni un céntimo. Tenía mucha

hambre, mucho frío y muy mísero aspecto.

¡Pobre niña! Los copos de nieve se posaban

en sus largos cabellos rubios, que le caían en

preciosos bucles sobre el cuello; pero no

pensaba en sus cabellos. Veía bullir las luces

a través de las ventanas; el olor de los asados

se percibía por todas partes. Era el día de

Nochebuena, y en esta festividad pensaba

la infeliz niña.

Se sentó en una plazoleta, y se acurrucó en

un rincón entre dos casas. El frío se apoderaba

de ella y entumecía sus miembros; pero no

se atrevía a presentarse en su casa; volvía

con todos los fósforos y sin una sola moneda.

Su madrastra la maltrataría, y, además, en

su casa hacía también mucho frío.

Vivían bajo el tejado y el viento soplaba allí

con furia, aunque las mayores aberturas

habían sido tapadas con paja y trapos viejos.

Sus manecitas estaban casi yertas de frío.

¡Ah! ¡Cuánto placer le causaría calentarse

con una cerillita! ¡Si se atreviera a sacar una

sola de la caja, a frotarla en la pared y a

calentarse los dedos! Sacó una. ¡Rich!

¡Cómo alumbraba y cómo ardía!

Despedía una llama clara y caliente como

la de una velita cuando la rodeó con su mano.

¡Qué luz tan hermosa!

Creía la niña que estaba sentada en una gran

chimenea de hierro, adornada con bolas y

cubierta con una capa de latón reluciente.

¡Ardía el fuego allí de un modo tan hermoso!

¡Calentaba tan bien!

Pero todo acaba en el mundo.

La niña extendió sus piececillos para

calentarlos también; más la llama se apagó:

ya no le quedaba a la niña en la mano más

que un pedacito de cerilla. Frotó otra, que

ardió y brilló como la primera; y allí donde

la luz cayó sobre la pared, se hizo tan

transparente como una gasa. La niña

creyó ver una habitación en que la mesa

estaba cubierta por un blanco mantel

resplandeciente con finas porcelanas, y sobre

el cual un pavo asado y relleno de trufas exhalaba

un perfume delicioso. ¡Oh sorpresa!

¡Oh felicidad! De pronto tuvo la ilusión de

que el ave saltaba de su plato sobre el

pavimento con el tenedor y el cuchillo clavados

en la pechuga, y rodaba hasta llegar a sus

piececitos.

Pero la segunda cerilla se apagó, y no vio ante

sí más que la pared impenetrable y fría.

Encendió un nuevo fósforo.

Creyó entonces verse sentada cerca de un

magnífico nacimiento: era más rico y mayor

que todos los que había visto en aquellos

días en el escaparate de los más ricos comercios.

Mil luces ardían en los arbolillos; los pastores y

zagalas parecían moverse y sonreír a la niña.

Esta, embelesada, levantó entonces las dos

manos, y el fósforo se apagó. Todas las luces

del nacimiento se elevaron, y comprendió

entonces que no eran más que estrellas.

Una de ellas pasó trazando una línea de

fuego en el cielo.

-Esto quiere decir que alguien ha

muerto- pensó la niña; porque su abuelita,

que era la única que había sido buena para

ella, pero que ya no existía, le había dicho

muchas veces: "Cuando cae una estrella,

es que un alma sube hasta el trono de Dios".

Todavía frotó la niña otro fósforo en la pared,

y creyó ver una gran luz, en medio de la cual

estaba su abuela en pie y con un aspecto

sublime y radiante.

-¡Abuelita!- gritó la niña-. ¡Llévame contigo!

¡Cuando se apague el fósforo, sé muy bien que

ya no te veré más! ¡Desaparecerás como la

chimenea de hierro, como el ave asada y

como el hermoso nacimiento!

Después se atrevió a frotar el resto de la caja,

porque quería conservar la ilusión de que veía a

su abuelita, y los fósforos esparcieron una

claridad vivísima. Nunca la abuela le había

parecido tan grande ni tan hermosa.

Cogió a la niña bajo el brazo, y las dos se

elevaron en medio de la luz hasta un sitio tan

elevado, que allí no hacía frío, ni se sentía

hambre, ni tristeza: hasta el trono de Dios.

Cuando llegó el nuevo día seguía sentada la

niña entre las dos casas, con las mejillas rojas

y la sonrisa en los labios. ¡Muerta, muerta

de frío en la Nochebuena! El sol iluminó a

aquel tierno ser sentado allí con las cajas de

cerillas, de las cuales una había ardido por completo.

-¡Ha querido calentarse la pobrecita!- dijo alguien.

Pero nadie pudo saber las hermosas cosas que

había visto, ni en medio de qué resplandor había

entrado con su anciana abuela en el reino

de los cielos.

 

.

 
 
 


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Respuesta  Mensaje 2 de 2 en el tema 
De: Amaly Enviado: 05/12/2010 10:37
  Enviado: 05/12/2010 09:52
 


 
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