La nieta del pastelero…
¡Ay madre!... no sé que tiene
la nieta del pastelero,
porque la miro, la miro...
y noto que yo la quiero.
La luz que veo en sus ojos
con ese mirar sincero;
la comisura en los labios,
el perfil de los anhelos,
encierran tanta dulzura
que al mirarlos me acelero
y un ansia fuerte me anima
impulsándome al deseo
de besarla, de quererla,
de atrapar su amor sincero.
Ese conjunto armonioso
que en sus mejillas da el pelo,
negro como el azabache,
yo admiro con todo esmero,
porque siento que me gusta
la nieta del pastelero.
La torneada barbilla,
con la lisura del cuello,
dan elegancia a los hombros,
le dan belleza a los pechos...,
formando el busto admirable
que en la ventanilla veo,
con envidia, con engaño,
porque su amor yo deseo.
Y me enoja la impotencia,
y me recomen los celos
por querer que sea mía,
solo mía, yo la quiero,
por la dulzura que tiene
la nieta del pastelero.
Cuando de ella me despido,
mariposa de mis sueños,
Blanca y radiante la llevo
conmigo hasta el aposento,
para contarle mis cuitas
y decirle que la quiero,
durmiéndome en su regazo
con la ilusión de los sueños.
¡Ay madre!... que a mi me gusta,
¡ay madre!... que lo deseo,
porque yo quiero quererla
y que me quiera, yo quiero,
por ese almíbar que tiene
la nieta del pastelero.
Félix Abad Sánchez