
Justos mercaderes fueron, al tiempo que esclavos y esclavas, quisieron ser.
Por qué no eres tú mi esclava? para que sólo "yo" tu dueño, pueda ser.
Cuentas las leyendas que hubo un hombre una vez, que perdió la cabeza por el amor de una mujer.
Cuántos cuerpos, cuántos juicios, cuántos culpables tuvieron, que por aquel lugar haber.
Todos pasaron y todos estuvieron, locos de amor por aquella mujer.
Mujer gitana y morena hembra! de la cabeza a los pies. Y cómo no iban a estar locos si era, una luz que ciega y no deja ver.
Roja pasión sentía pero sólo cundo ella quería, que otros ojos la pudieran ver.
Era como un filtro como un veneno, su seductora majestuosidad. Tan grande como el Sol cuando sale en verano a trasnochar.
Que el cuerpo enloquezca por una pasión que al mirarla... le deja a uno, algo corto y estrecho, no es difícil de creer.
Pero así es como me siento, cuando en sus profundo ojos los mio quiero ver.
Siento que se pierden porque ella no permite que otros, los suyos, quieran tocar.
Son sus ojos como el opaco anuncio del madrugada, ese momento en el que el Universo se queda sin voz.
Ese que dice y anuncia que la Luna en la noche, ya, la vuelta dió.
J. H.


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