Polvo de Momia
Ambrosio Paré fue un célebre médico considerado el padre de la medicina moderna que sustituyó en las amputaciones el método de cauterización con aceite hirviendo que se usaba hasta entonces por el de ligar las arterias. Había nacido en 1517 en Bourg-Hersent, cerca de Laval, y murió en París el 20 de diciembre de 1590. En 1529 ingresó como barbero cirujano en el hospital de París e implanté su nuevo método durante la guerra del Piamonte, al ver que freír los muñones de aquellos que sufrían la amputación de un brazo o de una pierna no daba resultado. En 1550 ingresó en la corporación de barberos y debido a sus nuevas ideas sobre la medicina tuvo conflictos con los médicos de la Sorbona. Fue después cirujano real de Francisco II, Carlos IX y Enrique III de Francia, y en 1572 publicó su célebre libro Cinq Livres cte Chirurgie, que causó sensación, pues entre otras cosas ofrecía nuevos sistemas en la obstetricia y el tratamiento del labio leporino.
En aquella época un remedio se puso de moda. Se trataba del polvo de momia fabricado en Egipto. Se presentaba en forma de trozos de cadáver, como pasta negruzca o en polvo. Ambrosio Paré denunció este medicamento, pero sus contemporáneos no le hicieron caso. Su colega Gui de la Fontaine conoció, por boca de sus fabricantes, que los cuerpos utilizados no eran como se creía en Europa los de las antiguas momias faraónicas sino la de cadáveres absolutamente recientes. He aquí cómo lo explica Ambrosio Paré.
«Un día, hablando con Gui de la Fontaine, médico célebre del rey de Navarra, y sabiendo que había viajado por Egipto y la Berbería, le rogué que me explicase lo que había aprendido sobre la momia y me dijo que, estando el año 1564 en la ciudad de Alejandría de Egipto, se había enterado que había un judío que traficaba en momias; fue a su casa y le suplicó que le enseñase los cuerpos momificados. De buena gana lo hizo y abrió un almacén donde había varios cuerpos colocados unos encima de otros. Le rogó que le dijese dónde había encontrado esos cuerpos y si se hallaban, como habían escrito los antiguos, en los sepulcros del país, pero el judío se burló de esta impostura; se echó a reír asegurándole y afirmando que no hacía ni cuatro años que aquellos cuerpos, que eran unos treinta o cuarenta, estaban en su poder, que los preparaba él mismo y que eran cuerpos de esclavos y otras personas. Le preguntó de qué nación eran y si habían muerto de una mala enfermedad, como lepra, viruela o peste, y el hombre respondió que no se preocupara de ello fuesen de la nación que fuesen y hubiesen muerto de cualquier muerte imaginable ni tampoco si eran viejos o jóvenes, varones o hembras, mientras los pudiese tener y no se les pudiese reconocer cuando los tenía embalsamados. También dijo que se maravillaba grandemente de ver cómo los cristianos apetecían tanto comer los cuerpos de los muertos. Como De la Fontaine insistiese en que le explicase cómo lo hacía para embalsamarlos, dijo que extraía el cerebro y las entrañas y hacía grandes incisiones en los músculos; después los llenaba de pez de Judea, llamada asfaltites, y con viejas tiras de ropa mojadas en dicho licor las colocaba en las incisiones y vendaba separadamente cada parte y cuando esto se había hecho envolvía todo el cuerpo en un trapo impregnado del mismo licor. Una vez efectuado todo esto los metía en cierto sitio y les dejaba que se "confitasen" dos o tres meses. Finalmente De la Fontaine le dijo que los cristianos estaban bien engañados al creer que los cuerpos momificados fuesen extraídos de sepulcros antiguos y el judío respondió que era imposible que Egipto pudiese proporcionar tantos millares de cuerpos como eran pedidos por los cristianos, pues es falso que en aquellos días se embalsamase a nadie, pues el país estaba habitado por turcos, judíos y cristianos, que no acostumbraban a usar tal tipo de embalsamamiento, como era habitual en los tiempos en que reinaban los faraones.»
Extractado del libro "Intimidades de la Historia", de Carlos Fisas, editorial Planeta.
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