Ni el dulce murmurar del arroyuelo que se desliza con variado encanto, la tórtola afligida su quebranto, ni al descorrer el misterioso velo natura ufana con su rico manto, me ofrecieron jamás ese consuelo que ofrecen las dulzuras de tu canto.
Canta feliz, de un cielo bonancible hija privilegiada, que tu lira te muestra hermosa cuanto más sensible. ¡Por Dios! canta, otra vez y el alma inspira de un triste trovador que en su amargura halla en tus versos celestial ternura.
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