
Palidez de tiempos inmemoriales que sangraban heridas imborrables...
No me alcanzaba la vida para sentir el frío de tu voz que me llamaba próxima y libre, enamorada. Destrás de un muro buscábamos nuestras lágrimas, tu silencio y el mío, la señal... ¡Estábamos tan solos!. Un secreto elevaba la reja provisoria y el eco invisible se transformaba en holocausto. Las luciérnagas se vestían de fragmentos inmortales y acercaban la distancia en miradas de un día que emergían de tus ojos solitarios. Me atrapó tu ser en el paraíso, desolado, frágil, de almas enlazadas... No pude alejarme a recoger cenizas, mi corazón corrió el cerrojo y quedé atrapada para siempre en tu sinfonía de palabras milagrosas, testigos de un amor que era sombra, vida y agonía, prisión y viento, imaginación...


|