Los míos, los tuyos, los nuestros
Juan tiene once años y cuenta: “Mi mamá y mi papá están separados desde hace cuatro años. Al principio me resultó difícil no vivir con los dos en la misma casa. Estoy mucho tiempo con cada uno y me acostumbré a que ya no estén juntos. Pero ahora hay una novedad que me preocupa: papá se casa mañana. Vamos a vivir con Jorge y Ana, los hijos de Julia, su novia. Me siento raro y confundido. Con Jorge somos amigos. Con Ana no, ella es mayor y me trata como a un nene… Julia es buena conmigo y la quiero. Pero me resulta raro pensar en vivir todos juntos, como si fuésemos una familia. Es como si ella fuera mi mamá y ellos mis hermanos… Mi papá está contento, pero cuando quise hablar con él sobre este tema no entendió lo que le preguntaba…, o no quiso hablar. Me parece que él también está un poco asustado con lo que nos está por pasar. Julia me dijo que ella me va a ayudar con mis cosas, pero que no será mi mamá. No le entendí casi nada. Me parece que Julia y papá también están nerviosos…”.
La narración de Juan nos coloca ante el inicio de una convivencia familiar en la que participa la nueva pareja, los hijos de ambos, y posiblemente los que conciban en el futuro. Juan se siente confundido e intuye que a los “grandes” les ocurre algo parecido.
A mi entender tiene razón. Lo que está por suceder no está en el “libreto” de ninguno de los implicados. Todos se encuentran ante una experiencia novedosa y precisan acomodarse. Necesitan aprender a ser en el nuevo contexto.
El mundo cambia. Y las maneras de vivir también. En ese cambio se van gestando costumbres sociales diferentes a las conocidas. En nuestra época, entre otras muchas mutaciones, aparecen nuevas formas para la familia en tanto ámbito de convivencia, de despliegue del amor y de crianza. Las nuevas situaciones nos encuentran sin saberes ni registros de cómo sentir y actuar. Nuestra cultura tiene una experiencia muy limitada sobre las nuevas realidades; aún no constituyó saberes transmisibles e incorporables por la simple experiencia de vivir.
Ante este caso de “los míos, los tuyos y los nuestros”, se abren muchas temas para la reflexión y la búsqueda. Sólo abordaré lo que a mi juicio es la condición de posibilidad principal para transitar estas situaciones con los ojos bien abiertos. Definiré esa condición fundamental como la actitud del aprendiz-creador: aquel que se sabe ante una experiencia desconocida y se predispone ante ella como alguien dispuesto a aprender y crear mejores respuestas ante lo nuevo que se le presenta.
Esta actitud del aprendiz-creador tiene dos ejes principales: el aprendiz sabe que no sabe, y usa su propia experiencia y los saberes de otros como estímulos para su crecimiento. El creador valida su jugada, pero nunca la convierte en la verdad definitiva y extensible a todos; la considera siempre como una posibilidad abierta a una respuesta más válida y enriquecedora.
Para los adultos y los niños que participan en una situación familiar como la de Juan, es importante actuar como aprendices-creadores. Sólo así podrán contactarse con las nuevas y ricas posibilidades que les ofrece la experiencia.
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