
Granada, de quereres soberana, por las verdes acequias de arrayanes, desgrana los suspiros de galanes en sus lunas moriscas de sultana.
Absorta en su labor de filigrana, tras visillos, trabando los hilvanes con hilos de agua, labra tafetanes que envuelven sus hechizos de gitana.
En su imagen henchida de fragancia, se desvela el embrujo misterioso que paulatino exhala su prestancia.
Adornada de porte prodigioso, embriaga con tan lúcida elegancia que introduce en deleite delicioso.


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