Mi alma es como un pequeño pájaro:
ama volar entre los montes
y sueña con subirse a lo más alto
para cantar más arriba de los hombres.
Un pájaro pequeño, que mil dagas
atravesaron en llanto
y todavía la cicatriz de alguna llaga
le duele en las alas al tocarlo.
Pero nunca dejó de cantar y bien fuerte
aunque las lágrimas lo bañaran con su canto:
sobre todos sus dolores y su suerte
cantó siempre bien fuerte, soñando lo más alto.
Porque si no cantaba, aún en el espanto,
se moría entre penas y dolores
y cantaba aunque sus gorjeos fueran pobres
para no morirse de angustias tan ahogado.
Cantaba como una súplica y un ruego,
cantaba, cantaba y aún sigue cantando:
y cantando a las Alturas de sus sueños,
de tanto cantar, sus gorjeos mejoraron.
Mi alma no se olvida que es de pájaro:
por eso canta entre los hombres,
intentando su vuelo más arriba de los montes
sin dejar de soñar nunca lo más alto.
Mi alma es ambiciosa: no teme a las alturas
(cansada de llanura desde tiempos milenarios).
Y sabe, sabe con la seguridad más absoluta
que ella nunca fue creada para el llano.
Por eso insiste, insiste
(y sabe que la constancia no es en vano)
y ensaya alturas que parecen imposibles
aunque se dé de bruces en los cardos.
Y vuela sabiendo que sus alas son pequeñas
para volar todavía ella tan alto.
Y vuela porque duele más la espera
que otro dolor que le pueda estar sangrando.
Mi alma es como un pájaro
que libre entre los hombres
volará por alturas que presiente y no conoce
porque todo en ella para eso fue creado.
© Laura S. Schapira