A medida que el hombre se va robotizando, los robots se van humanizando.
Los juguetes automáticos, pueden desplazarse en varias direcciones, no tropezar con ningún objeto, lucir graciosos, hacer compañía y hasta mostrar afecto, casi igual o mejor que un humano.
Cuando mi madre llegó a una edad avanzada y ya su mente acusaba el deterioro de los años, disfrutaba de la compañía de una muñeca de gran tamaño y de un perro de peluche.
Con más razón, los juguetes automáticos pueden cubrir espacios vacíos en las vidas de las personas y acompañarlas cuando están solas.
El pequeño dinosaurio “Pleo” puede responder al contacto y a una voz, deambular en busca de comida, mostrarse afectuoso y simpático y complacido cuando lo acarician. Poco le falta para ser auténticamente una mascota de carne y hueso.
El fenómeno es de alcances tan inesperados que un grupo de expertos en psicología están estudiando este tipo de relación entre un robot y un humano.
No es una novedad que el hombre se vincule emociones emocionalmente con los objetos. ¿Acaso no existen las muñecas inflables para tener sexo? y ¿no queremos a nuestras cosas muchas veces como si fueran más que eso? Nos podemos llegar a enamorar de un par de zapatos, de la ropa, de muebles, de alhajas y de la casa donde vivimos, porque además del valor intrínseco que tienen les agregamos un valor afectivo.
¿No existen hombres que aman más a su auto que a su mujer y que defienden la camiseta de su club favorito con pasión?
El fenómeno de la relación humana con los robots se pone en evidencia con la creación de “Pleo”, que aunque es una máquina que funciona gracias al mecanismo complejo y sofisticado que lleva dentro, por fuera puede generar sentimientos de ternura como si se tratara de un ser vivo.
El Instituto de Tecnología Avanzada de Japón, que se encuentra en Tokio, desarrolló una foca que denominó “Paro”; que es un robot diseñado por Takanori Sibata para fines terapéuticos, que se ha convertido en un éxito, porque es útil en residencias geriátricas.
La realidad para el hombre no es solamente lo que percibe racionalmente sino también lo que desea creer emocionalmente; y para una persona mayor que se vuelve demandante y dependiente, que está sola y más allá de cualquier prejuicio, esta compañía incondicional, que nunca se cansa, no se aburre, que se muestra a gusto con ella y que jamás la deja sola, puede convertirse en una razón para vivir.
La Unión Europea ha invertido ocho millones de euros para que un equipo de investigadores se ocupen de responder a los interrogantes que surgen de la relación entre máquina y humanos; porque hasta los ingenieros a quienes parece interesarles solamente la tecnología, son sorprendidos acariciando a “Pleo”, después de conocerlo.
Un experimento llevado a cabo en 2008, por científicos de la Universidad Politécnica de Aquisgran, constató que cuando un humano se relaciona con robots que se asemejan a humanos, se le activan las mismas zonas cerebrales que el cerebro utiliza para evaluar el estado de ánimo, intuir los pensamientos, los sentimientos y los deseos de otro humano.
Tales observaciones resultaron asombrosas, teniendo en cuenta que los humanos saben que una máquina no posee sentimientos, pensamientos ni deseos, ni tampoco puede tener auténticos estados de ánimo.
La pregunta es ¿podrá alguna vez un robot altamente perfeccionado pensar por si mismo, atreverse a tomar decisiones propias e incluso a llegar a superarnos?
Si así ocurriera, no tendría conciencia, sólo racionalidad, y no siempre lo racional es verdadero.
Fuente: “Mente y Cerebro”, “Investigación y Ciencia”, “Amistad con los robots”, Miriam Ruhenstroth. No.45/2010.