
Mora, me hicieron morisca, hijastra de un dios ajeno, y me dicen que es pecado querer tanto como quiero a quien sustenta el Creciente con manos de sarraceno.
Zarandeo los olivos, en tus brazos me estremezco.
Sólo tu cuerpo es sagrado en el altar de mis rezos; la plegaria de mi lengua ardiendo en miel y veneno te reza de arriba a abajo, te quema como un infierno.
Cojo racimos de uvas, y me embriago en tu recuerdo.
Los jazmines en el carmen se mecen en un cimbreo cuando tu potro de ansias cabalga sobre mis yermos y los gritos de mi sangre hacen callar a los truenos.
El Genil nace en tu boca, en tus caudales navego.


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