El amor no es un compromiso
Esencialmente el amor no es un compromiso, sino un deseo. La experiencia amorosa que convoca al emparejamiento es un encuentro que conlleva alegría, excitación y serenidad en el estar juntos y representa, para cada uno de los implicados, una riqueza existencial mayor que la alcanzable en soledad.
En la cercanía del otro sentimos la mayor posibilidad de conectarnos en profundidad y continuarnos en algo “fuera de nosotros”, de entretejer nuestro ser con otro a la manera de lo que se expande y florece saliendo de sí, y al mismo tiempo ser de la manera que nos es más propia.
Es esta riqueza de la experiencia amorosa lo que convoca los compromisos del cuidado y respeto del otro. El amor gesta el compromiso, no a la inversa. No cuidar esta subordinación del compromiso al deseo amoroso es imposibilitar el amor o iniciar el camino de su decrecimiento. Es comenzar a transitar su muerte.
Muchas veces el deseo de vivir un amor, el deseo de amar, nos hace confundir una relación afectiva más o menos significativa con el estar enamorados.
El enamoramiento puede detonar en una mirada --un primer encuentro puede tocarnos en registros sensibles muy altos--, pero también puede generarse en el transcurrir de un tiempo de conocerse y acercarse. Lo que importa radica en la intensidad de lo que sentimos, no en las maneras en que el sentimiento se hizo presente en nosotros.
El inicio con campanillas y relámpagos solo es un origen posible de la experiencia amorosa. Claro que en ella no cabe duda de que el amor convoca el compromiso, y no a la inversa.
En ocasiones se dan vínculos donde sucede algo del orden de la amistad, de la sexualidad, del encuentro, pero que no es, o aún no es, eso que llamamos enamoramiento. Es del orden del amor, como lo es la amistad, pero no es el amor de los enamorados. Que sea del orden del amor significa que hay afecto mutuo en el vínculo y deseo de estar juntos en situaciones puntuales, tal como ocurre entre amigos que se encuentran, comparten y se separan por un tiempo para volver a encontrarse. Es una relación que siempre está, pero no en primer plano ni convoca a su casi constante realización. No es esa tensión, atracción y deseo de encuentro profundo que requiere de la casi constante presencia del otro.
También puede ocurrir que el conocerse e intimar sea el camino a un encuentro más profundo, más significativo y amoroso, y que por él lleguemos a “estar enamorados”. Si ello no ocurre nada habrá fracasado: simplemente habremos tenido una grata experiencia del orden de la amistad sexuada, o del amor-amistad; experiencia rica y valiosa en sí misma, que no adeuda su validez al hecho ser camino de gestión para la llegada del amor-enamoramiento.
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