Los hijos dependientes tienen también padres dependientes; han establecido con ellos un vínculo simbiótico en el que no existe la diferenciación entre el yo y el no yo que hace imposible que los hijos se independicen.
Es una relación vincular enferma que causa la mayoría de las neurosis.
La comodidad favorece las relaciones simbióticas, porque crea un ambiente seguro donde se satisfacen todas las necesidades del mismo modo que cuando eran niños.
Los hijos dependientes son eternos demandantes y requieren siempre de alguna manera la ayuda de los padres, no importa la edad que tengan; y aunque ellos les den todo lo que les pidan, siempre les faltará algo o estarán celosos de sus hermanos.
No todos los hijos de una misma familia llegan a establecer la misma relación simbiótica con sus padres o con la madre, generalmente el hijo más débil de carácter es el que acepta esa condición; los demás han sabido renunciar a ese privilegio para independizarse y poder ser ellos mismos.
Si un hijo dependiente logra trasponer la barrera de su hogar e intenta hacer una vida en pareja, establecerá el mismo tipo de vínculo con ella; también hará lo mismo con sus amigos, y hasta con sus jefes y compañeros de trabajo.
No podrá ser tolerante con su pareja, ni darle la libertad que merece, ni compartir con sus familiares o amigos personales su compañía, sentirá celos y será una persona que no se conformará con ser una parte de su vida sino que lo querrá todo; porque el otro, para un hijo dependiente no es otro, es la prolongación de él mismo.
Los problemas más graves de relación, incluso los casos de violencia familiar y hasta los crímenes más violentos tienen que ver con esta forma de vínculos enfermos. Como el otro es parte de si mismo, cada intento de libertad será vivido como una pérdida de identidad y de sentido.
La vida, para las personas que establecen estos vínculos, no tiene otro significado que pueda ser tan importante como sus relaciones personales; todo lo demás ocupará un segundo plano, estarán dispuestas a sacrificar sus propios intereses y se entregarán a los otros exigiendo a cambio la misma devoción.
Si alguno de los que están atrapados en ese vínculo intenta despegarse, se producirá en la relación una crisis que será difícil de resolver de otra manera que no sea volver a reconstruir la relación en los mismos términos; porque la deslealtad no se perdona y genera culpa por transgredir las reglas.
De manera que el que se quiere liberar, deberá enfrentarse con la condena de soportar rencores, resentimientos y demandas de compañía y afecto, hasta convertir el antiguo amor que tenía con el otro en hostilidad y haciéndolo sentir culpable y miserable.
Tampoco es necesario que un hijo rompa definitivamente la relación con sus padres o con su madre para poder liberarse de ese tipo de vínculo, sino que lo puede cambiar y evolucionar como persona adulta, dándoles el lugar que les corresponde y tomando su propio lugar, haciéndose respetar, y protegiendo su propia intimidad personal y sus intereses.
Desprenderse de un vínculo enfermo exige fortaleza porque genera culpa y si no se es fuerte luego puede serles difícil manejar la culpa.
Los padres tienen que aprender a respetar a sus hijos cuando son adultos como personas independientes, con el derecho de tener sus propias vidas sin reclamarles nada, dejándolos ser ellos mismos y que tomen sus propias decisiones.
Los hijos tienen que aprender de sus propios errores, como lo hicieron ellos; porque tienen derecho a equivocarse; y si les piden ayuda y pueden ayudarlos tienen que hacerlo, pero sin poner condiciones ni esperar nada a cambio.
Separarse de los hijos es difícil, pero llegado el momento, si quieren quedarse en el hogar paterno ya siendo adultos, deberán exigirles que contribuyan con los gastos, porque es la mejor manera de lograr que se vayan más rápido. No es recomendable mantenerlos, porque si los mantienen los tendrán en su casa para siempre.