El buen trato nos ayuda a sentirnos bien, porque cuando tratamos bien a los demás somos tratados de la misma forma.
Cuando recibimos un buen trato, espontáneamente surge en nosotros la necesidad de hacer algo por esa persona como retribución, sentimos deseos de ayudarla y de demostrar que estamos agradecidos.
Ese bienestar que parece pasajero nos puede cambiar el día, mejorar nuestro ánimo y nuestras decisiones y impulsarnos a extender a otros ese mismo estado.
El buen trato es un hábito que se puede aprender y se puede empezar ya mismo, en este mismo momento y cualquiera sea la edad, dejando de ser la persona que tampoco se agrada a sí misma y comenzando a ser alguien nuevo, querible y espontáneo, para sentirse mejor.
Muchos padres no les enseñan a sus hijos el buen trato hacia los demás y hasta permiten que los traten de mala manera, sin tener ninguna consideración, como si fueran sus amigos, de igual a igual.
Pero también hay muchos padres que no respetan a sus hijos, los insultan, se burlan de ellos, se complacen en resaltar sus faltas o defectos y los tratan frecuentemente con desprecio.
El buen trato significa ser amable con los demás, tal como nos gustaría que los demás lo fueran con nosotros; aceptarlos como son, sin juzgarlos y comprendiéndolos tratando de ponerse en su lugar.
Hacer juicios impide mantener buenas relaciones y además es inútil, porque los demás siempre serán diferentes; y juzgarlos o encasillarlos por ser como son, sólo produce división.
La intolerancia es creer que uno es mejor que el otro cuando en realidad el otro es el reflejo de mi mismo.
Nadie es mejor que otro, porque no se pueden comparar personas que son diferentes.
Cada uno tiene cualidades y los defectos siempre serán más visibles en el otro que en uno mismo; y esos defectos que vemos en otros son las características que no nos agradan de nosotros mismos.
Cuanto más se parece otra persona a uno, más antipático nos resulta.
Hagamos la prueba: pensemos un momento en aquellas personas que no nos gustan y nos daremos cuenta, si somos honestos, que tiene muchos rasgos que negamos de nosotros mismos.
El mal trato refleja baja autoestima y odio a sí mismo.
Este hábito de maltratar al otro está muy difundido, porque lo que caracteriza a los tiempos modernos es la intolerancia, la impaciencia, el apuro, el perfeccionismo y las exigencias.
El vocabulario vulgar, con insultos gratuitos en todas las frases, expresa precisamente lo mal que se trata la juventud incluso con sus mejores amigos.
Ese maltrato verbal significa para algunos grupos, viveza y sagacidad y representa estar de vuelta de todas las cosas; virtudes que no tienen pero que fingen tener adoptando malas palabras como comodines a falta de vocabulario digno.
La gente en general cree que no tiene tiempo para ser amable, dejar pasar primero al otro, ceder su asiento a alguien de más edad o que lleva mucho peso, sonreír para dirigirse a los demás, decir gracias y pedir por favor.
No estamos solos y los demás también están apurados, pueden tener problemas más graves, estar enfermos, tristes o deprimidos.
El otro forma parte de uno mismo; no tendríamos conciencia de nosotros mismos si no existiera y lo necesitamos tanto como a nuestro propio cuerpo.
Hay mucha gente que trabaja para nuestro bienestar a toda hora; si no fuera así no tendríamos luz, ni gas, ni agua, ni alimentos cuando lo necesitamos.
Seamos agradecidos y aprendamos a tener buen trato, aunque sea por egoísmo, para beneficiarios sólo a nosotros mismos.