
Aunque estaba pronta a entregarse, me abstuve de ella, y no obedecí la tentación que me ofrecía Satán. Apareció sin velo en la noche, y las tinieblas nocturnas, iluminadas por su rostro, también levantaron aquella vez sus velos.
No había mirada suya en la que no hubiera incentivos que revolucionaban los corazones.
Mas di fuerzas al precepto divino que condena la lujuria sobre las arrancadas caprichosas del corcel de mi pasión, para que mi instinto no se rebelase contra la castidad.
Y así, pasé con ella la noche como el pequeño camello sediento al que el bozal impide mamar.
Tal, un vergel, donde para uno como yo no hay otro provecho que el ver y el oler.
Que no soy yo como las bestias abandonadas que toman los jardines como pasto.


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