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Ocaso
Cuando la noche llega sobre el mar a la isla sales del laberinto, del templo resonante. Se encienden en las salas las lámparas de cobre. El incienso lo lleva la brisa a los jardines. Los sótanos entierran músicas y oraciones. Mujer, mujer, en ti todo el ocaso es fruto. De penumbra y de pájaro están hechos tus ojos. Puros y firmes son tus muslos: son columnas. Sales, paseas, dejas un velo entre las flores. En la loma te quedas mirando el mar violáceo que se repliega exhausto, colmado, conmovido. Tus dos labios sonámbulos adivinan la noche, ponen cerco de carne a la redonda luna. Mujer, mujer, preguntas encierra el corazón, ¿Dónde encontrar palabras para escribir tu historia? ¿Con qué alucinaciones construiré mis versos? Diosa o mujer, te miro y te pierdo para siempre.
Antonio Colinas
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