
Ayer llegó el otoño a mi ciudad. Llegó de la mejor manera posible. Llegó con sus valijas cargadas de primeriza lluvia.
Ya camina casi mediado Octubre, pero a mi ciudad el otoño siempre llega con retraso. Como impertinente novia que se hace de rogar, poniendo a prueba los alterados nervios del amado, en los eternos minutos que ha de esperarla en la puerta de la iglesia, el día de su boda.
El otoño llegó y regó las calles y los campos. Los jardines y las plazas. Llegó y regaló su fresca y pura agua a la tierra que estaba angostada y moribunda por tantas jornadas de veraniega sequía.
Temprano, al alba, ya lo barruntaba el viento, y el cielo lo confirmó con la primera luz del día. Amaneció la mañana colmada de nubes grises y gordinflonas que amenazaban reventar de agua.
Pero el tozudo verano se resistía a marcharse e indiferente remoloneaba dando coletazos como reptil que pierde la cola pero esta, tenaz se resiste a morir, y se agita y serpentea por algún tiempo.
Gotas de vapor al aire lanzaban las nubes caldeadas, y el aire se hizo espeso e irrespirable de tan cálido y pegajoso.
Durante unas horas el otoño que reclamaba su feudo, y el estío que no se resignaba a marcharse, lucharon. El verano se negaba a dormir. Y en sus últimos estertores el vapor caliente y condensado entre tanta anarquía campaba.
Hasta que una nube rechoncha y gritona, la madre de todas las nubes de ese día, con un enorme trueno puso fin a la batalla y con un rapapolvo de mamá enfadada envió al verano a su dormitorio allá en su augusta y ardiente casa.
Entonces libre al fin, el otoño ocupó sus estancias y cómodamente se entregó a vagar a su libre albedrío.
La primera lluvia de la estación empapó toda la tierra, mojó los edificios, y saludó a los jardines. Las flores se embriagaron y las hojas perennes más serenas, su penetrante aroma desprendieron como señal de bienvenida.
Ya hoy en este nuevo amanecer, el aire se respira purificado y vivificante. Todo se siente renovado y brillante, de colores tostados y suavizados, y saturado de infinidad de olores. Olor a tierra madura y fértil. Sólo están de luto los árboles de hojas caducas que sin el abrigo del verano tiritan de frío aletargados. Pero es el sacrificio que han de ofrecerle a la madre Tierra para que nunca se rompan los eslabones de la gruesa cadena de la naturaleza.

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