huele el cielo a luz azafranada que vibra y avanza con pasos de gigante.
En la plazuela de la fuente expuestas al fulgor de las púas van a peinarse las horas su larga cabellera.
Canturrea el caño los acentos, las notas cristalinas del arcoíris.
Y acaba evaporándose la tarde en esa frontera de la siesta como huella fugaz en la ceniza.
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