Se trata de una frase o sentencia harto conocida que se suele utilizar para desentenderse de un asunto o para poner fin a una conversación o discusión. También se utiliza en su sentido original de modestia intelectual.
Sócrates creía ciegamente en el valor de la palabra con la que se ponía en contacto con la gente. No se conserva ningún escrito suyo, y todo lo que se sabe de él, lo que dijo, lo que enseñó, su filosofía, sus métodos, etc., lo conocemos por sus discípulos, de los que el más importante fue Platón.
Sócrates fue acusado de corromper a la juventud, y, por eso fue condenado a muerte. Se defendió a sí mismo, a pesar de que los jueces estaban determinados a seguir adelante con la condena.
Su defensa nos ha sido transmitida por Platón en su libro Apología de Sócrates.
En uno de los párrafos de su defensa (Apología, 21 e) cuenta la historia de un oráculo de Delfos que decía que él, Sócrates, era la persona más sabia de Grecia.
El mismo Sócrates nos lo refiere de la siguiente manera:
“Si tenéis alguna duda acerca de mi sabiduría os voy a presentar como testigo de ella nada menos que al dios Apolo, que tiene su oráculo en Delfos. Todos conocéis a Querofonte, que ha sido amigo mío desde que éramos jóvenes y, además, era simpatizante del partido democrático, de vuestro partido. Con vosotros fue al destierro, y con vosotros volvió. Conocéis también la vehemencia de Querofonte. ¡Con qué ímpetu emprendía lo que le interesaba! Pues bien, en cierta ocasión, tuvo la gran osadía de ir a preguntar al oráculo de Delfos, nada menos, que si había en toda Grecia alguien más sabio que yo. ¿Cuál fue la respuesta de la Pitonisa? Que no había nadie más sabio”.
“No quedé conforme con lo que había respondido. Ya sabéis cómo son de oscuras estas respuestas de Apolo. Así pues, pasé mucho tiempo pensando en el verdadero sentido del oráculo. Yo no me consideraba sabio, pero el dios no puede mentir. Pasado un tiempo quise conocer de verdad qué significado podía tener, y actué de la siguiente manera: tenía que conseguir que la respuesta del oráculo no fuera la que a primera vista aparecía, sino otra distinta”.
“Me dirigí a una persona que me parecía que era sabio, con la intención secreta de decirle al oráculo: Tú decías que el más sabio era yo, y he aquí una persona que es más sabia que yo”.
“Sometí a esta persona, cuyo nombre no citaré, aunque habéis de saber que se dedica a la política, a un examen severo por medio de la conversación y del diálogo. Y llegué a la siguiente conclusión: muchas personas creían que éste era sabio, y, sobre todo, lo creía él mismo, pero, según mi opinión, no lo era. Y así se lo dije y traté de demostrárselo, lo que me llevó a enemistarme con él y con otros muchos que no estaban de acuerdo con mi afirmación. Al retirarme iba pensando que yo era más sabio que él. Me hacía el siguiente razonamiento: es posible que ninguno de los dos sepa cosa alguna que merezca la pena saber, pero este hombre cree que sabe algo y, en realidad, no lo sabe. En cambio, yo, como, efectivamente, no sé nada, tampoco creo que sé”.
Es, precisamente, en esta última frase donde dice: “En cambio, yo, como, efectivamente, no sé nada, tampoco creo que sé”.
Siempre hay, a lo largo de los tiempos, personas que se dedican a parafrasear las frases y las palabras de los demás, y a ajustarlas, dándoles el aspecto de máxima, de frase hecha, de refrán. Puede ser esto lo que ha pasado con la frase que comentamos: “sólo sé que no sé nada”.