
¿Sabías por qué decimos NI HABLAR DEL PELUQUÍN para expresar un rechazo categórico a lo que se acaba de oír?
Su significado es similar a un “por supuesto que no” o “de eso ni hablar”.
Aparece por primera vez recogida en el DRAE en la edición de 1985, en la que se lee: Ni hablar del peluquín: locución familiar con que uno se niega rotundamente a hablar o tratar de un asunto.
Tiene una gran simulitud con la locución Ni hablar, que es una expresión usada para rechazar o negar una propuesta. Sus antecedentes los encontramos en la expresión Ni hablar ni parlar, que aparece ya en la edición de 1817, con la siguiente definición: locución familiar con que se denota el sumo silencio de alguno.
Pero es la segunda parte del modismo la que llama la atención. ¿Por qué un peluquín?
Un peluquin es una peluca pequeña o que solo cubre parte de la cabeza, y el término surge como un diminutivo de peluca.
Es probable que se utilizara el término por ciertos complejos varoniles ante la pérdida de cabello, sobre todo en una época distinta a la actual en la que es habitual lucir calva con orgullo o incluso cabeza afeitada. Pues bien, el peluquín se utilizaba para ocultar la calvicie incipiente, que se convertía así en una especie de secreto. Incluso en los casos en que el postizo era evidente, se consideraba signo de mala educación señalar al calvo “camuflado”.
Ese sentido de secreto es el que se trasluce en la expresión. El peluquín ni nombrarlo, ni hablar del peluquín.
Al respecto citar la comedia musical española Canelita en rama, dirigida por Eduardo García Maroto y protagonizada por Juanita Reina, que se estrenó en 1942. En ella se canta el tema “Ni hablar del peluquín” de Quintero, León y Quiroga”. La primera estrofa dice así:
La cabeza como un huevo
tenía don Valentín
-¡ay mi don Valentín!,
¡ay mi don Valentín!-
y se ha puesto como nuevo
comprándose un peluquín.
El día que lo ha estrenao
a una niña se declara;
y ella dice que ha notao
que tiene una cosa rara.
La madre dice: ¡hija mía!,
como viene con buen fin,
andando a la sacristía
¡y ni hablar del peluquín!