La base de una buena relación afectiva es el respeto por el otro, evitando la intención de cambiarlo.

Elegimos una pareja por lo que es, pero al relacionarnos, lo mismo que nos atrajo nos aleja de ella.

Lo mejor para vivir en pareja sería poder despojarse de toda expectativa, o sea no esperar nada y aceptar al otro como es; porque esa persona elegida jamás será la que imaginamos e idealizamos agregándole una serie de cualidades que nunca tuvieron ya que como todo mortal, tendrá defectos y virtudes.

Por eso, lo que destruye a una pareja es que no se cumpla todo lo que esperamos de ella.

Una pareja tiene que dejarse llevar por lo que es y no por lo que les gustaría a ambos que fuera; ser capaces de ver la realidad como es y abandonar la nube que a los dos no les permite ver claro.

A veces, hay que darse tiempo para crecer juntos, porque nadie nace sabiéndolo todo y menos adivinar lo que piensa el otro.

Las cosas que nos inquietan o que nos gustarían hay que decirlas, no guardárselas en el rincón de los resentimientos, que suele estar repleto de toda la bronca acumulada.

No tenemos obligación de saber lo que piensa el otro, porque nadie puede leer el pensamiento.

Hay que decir todo sin dar por supuesto que lo que uno piensa, el otro, porque nos ama, debería saberlo.

A veces las parejas no tienen el coraje de hablar entre ellos con honestidad y decir lo que sienten, pero sí pueden tener mucha valentía para pelear constantemente.

Para hablar y plantear las cosas, lo mejor es esperar el momento, eligiendo el modo y el lugar oportunos, donde los dos tienen que tener la oportunidad de decir lo suyo, sin insultarse ni levantar la voz.

El momento no tiene que ser apurado sino relajado, el modo coloquial, amistoso y afable sin cometer el atropello de insultar o decir cosas inapropiadas; por eso lo mejor es elegir un lugar neutral que no sea la propia casa.

Muchos jóvenes no saben lo que quieren y todos los días piensan diferente. Este modo de actuar inmaduro es difícil de aceptar, porque hace sentir a la pareja insegura caminando sobre arenas movedizas.

Negociar es la mejor técnica para llegar a un acuerdo, pero toda negociación exige renunciamiento, o sea estar dispuesto a ceder para ganar.

Hay cosas que no se pueden negociar como la tranquilidad o la dignidad personal, o sea el derecho de realizarse como persona.

Tampoco se puede negociar la relación con la familia y con los amigos a los que no podemos renunciar.

Pero sí se pueden negociar los malos hábitos, como fumar delante del otro si no fuma convirtiéndolo en un fumador pasivo.

Se puede negociar la libertad para tener cada uno sus propios intereses.

También se deben negociar las decisiones laborales, ya que una vida compartida implica intereses comunes que pueden afectar al otro y alterar su calidad de vida.

Se pueden negociar las salidas y las vacaciones, tratando de que los dos puedan estar conformes y disfrutar juntos.

La comunicación en la pareja tiene que ser clara, hay que saber cuándo es necesario hablar y cuando callar y escuchar al otro con atención tratando de ser objetivo.

La paciencia ha sido, es y será una herramienta siempre eficaz para ayudar a enfrentar situaciones difíciles, porque permite no precipitarse, controlarse y evitar peleas.

Ser tolerante y paciente no significa dejarse manipular como un objeto, sino ser capaz de comprender y esperar el momento oportuno para expresar los propios sentimientos, sin necesidad de agresiones e insultos mutuos.

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