
No es bueno despertar la envidia en los demás, sentirla uno mismo tampoco es bueno.
La envidia destruye nuestra alma y nos empuja hacia los abismos de la inseguridad, el irrespeto y la incapacidad.
¡Somos venturosamente únicos! ¿Por qué querríamos convertirnos en una “copia barata” de otro ser humano
Seguramente en un gran número de oportunidades hemos escuchado aquella frase que asevera que “la envidia es mejor despertarla que sentirla”.
Y seguramente nos hemos comido el cuento de que es muy normal que seamos envidiosos y vivamos deseando las bendiciones ajenas, todo ello hasta el punto de naturalizar un sentimiento negativo que nos degrada como las seres valiosos que somos.
Los envidiosos se pasan tanto tiempo anhelando las virtudes, habilidades y méritos de quienes les rodean, que jamás tienen tiempo para construir los propios, puesto que siempre se la pasan maquinando una forma de aparentar “ser mejores” que quien ha despertado en ellas el sentimiento de envidia, sin percatarse de que terminan siendo personas vacías, sin sueños, llenos de dolor, frustraciones, desconocimientos, tristezas… Llenos de veneno por ellos mismos y por los regalos que el cielo les ha dado con tanto amor.
La envidia es egocéntrica, mentirosa, lastimera…
Es un lazo de sentimientos negativos que terminan por ahorcar a quien tiene la desventura de tenerle en su existencia. Es una enfermedad que sólo ataca a los espíritus débiles, aquellos que sólo se imaginan un futuro a costillas de los otros y que atacan sin piedad a sus congéneres gracias al cúmulo de desventuras que han logrado cultivar.
Si la despertamos, correremos el peligro de estar rodeados de un montón de buitres que nos querrán envolver en la bruma de la negatividad y la desolación que nos pueden llevar al punto de sentirnos culpables por nuestros éxitos. Y ni qué decir de si la sentimos: damos un paso adelante y ochenta mil hacia atrás, puesto que nuestro accionar es motivado por falsas ilusiones que lo único que buscan es aplastar a Sutanito, Perencejo y Juanito. Cuando nuestro motor es el odio, nuestra inevitable meta es el fracaso.
Quien envidia no sólo siembra desidia, no sólo intenta corromper una esencia original, sino que se declara incapaz de tener una vida propia, con sus defectos y sus virtudes, una vida que no demuestre un desprecio tan profundo por quienes son y quienes podrían llegar a ser. Podemos admirar, ¡Sí! Pero la envidia sólo le pertenece a míseros seres humanos que “respiran por sus heridas” con la intención de crear un mundo que no existe, que no es para ellos y en el que no saben si podrán subsistir.
¡Ámate a ti mismo para que no envidies, y puedas respetar la vida, tu vida!

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