Llorar es sin duda para la mayoría, un verdadero desahogo, además de ser una forma de segregar toxinas del organismo.

Pero no siempre el llanto sirve para ese propósito ya que también parece tener una función comunicativa al producir una respuesta de consuelo en los que están presentes, que sirve para mejorar el estado de ánimo del que llora.

Las personas lloran por distintos motivos: por tristeza, por desesperanza, por impotencia, por frustración, por ira, por dolor y también pueden llorar de alegría y de felicidad.

Antiguamente llorar no era un signo de debilidad como lo es ahora, sino la manifestación de un estado de ánimo.

Según la teoría freudiana, el llanto es una forma de catarsis, que significa un modo de liberar la energía de las emociones reprimidas que no han sido canalizadas adecuadamente, pero desde el punto de vista científico esta teoría no tiene fundamento.

Lo cierto es que las encuestas dan como resultado que las lágrimas alivian, liberan y tienen fuerzas sanadoras.

Ad Vingerhoets y Michele Hendriks de la Universidad de Tilburg, junto a Jonathan Rottenberg de la Universidad de Florida del Sur de Tampa, intentan revelar de manera científica si realmente llorar hace bien como la mayoría supone.

En 2007, estos científicos observaron que a corto plazo llorar parecería ser expresión de una reacción de estrés aguda pero en un tiempo más prolongado, tendría un efecto tranquilizador que no implica necesariamente una mejoría del estado de ánimo.

El farmacólogo William Frey, de la Universidad de Minnesota en Saint Paul constató en 1981 que las lágrimas que expresan una emoción y las que se vierten en forma refleja difieren en su composición. Las derramadas debido a la tristeza poseían un cuarto más de proteínas que las producidas por el efecto de una cebolla; y posteriormente se comprobó que contenían mayor cantidad de tres hormonas del estrés, la prolactina, la adrenocorticotropina y la leu-encefalina.

Frey considera que las lágrimas purifican el cuerpo del exceso de sustancias que se forman debido a una carga emocional.

Sin embargo, algunos experimentos parecen mostrar que por el contrario las lágrimas pueden ejercer un efecto negativo en el sistema inmunitario, en tanto que la contención del llanto parecería ejercer un efecto positivo sobre ese sistema.

Este fenómeno pone en evidencia que no se puede comprobar en un laboratorio con experimentos controlados el supuesto alivio de las lágrimas.

Otro argumento sostiene que en los estudios controlados los voluntarios no tienen ninguna respuesta a sus lágrimas o sea que nadie reacciona frente a ellas ni existe la posibilidad de un eventual consuelo, que parece ser la función más importante del llanto.

Los niños pequeños, por ejemplo, lloran principalmente para atraer la atención de su madre, a veces sin lágrimas.

Es probable que a lo largo de la evolución haya quedado asociado el sentimiento de necesitar ayuda con la activación de las glándulas lagrimales.

Lo cierto es que el llanto emocional parece ser exclusivo de la especie homo-sapiens y que es más probable que una persona llore cuando hay alguien presente.

Las personas hipersensibles y angustiadas lloran más que las que cuentan con mayores recursos defensivos y también los individuos extrovertidos que son más sociables y comunicativos si se los compara con los introvertidos, lo que afirma la hipótesis de que el llanto tiene una función importante comunicativa.

Las mujeres lloran más que los hombres pero por diferentes razones. En ambos, la razón suele ser una pérdida, pero mientras las mujeres suelen llorar más por ira o impotencia, los varones lo hacen por alegría u orgullo y según estudios realizados, los hombres parecen tolerar menos las lágrimas de otros.

El cansancio nos hace más vulnerables al llanto y también la acción de algunos medicamentos.

En países fríos la gente llora más que en los cálidos; es probable que esta diferencia se deba a que el clima riguroso favorece los estados emocionales negativos, mientras el calor propicia estados anímicos más positivos.

Fuente: “Mente y Cerebro, No.47/2011, “El lenguaje de las lágrimas”, Joachim Marschall, psicólogo y periodista.

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