La prostitución, el oficio más antiguo del mundo, es una práctica que desde siempre ejercieron las mujeres, aunque en la actualidad compitan con transexuales o travestis.
Un hombre es capaz de pagar para tener una relación sexual con una mujer, y hasta puede ser con cualquier mujer, pero una mujer difícilmente pague para tener a un hombre, sencillamente porque es muy raro que haya alguna que le apetezca hacer el amor con alguien hasta ese punto.
¿Qué razones tiene una mujer joven para prostituirse? La principal razón es la económica, porque se pueden obtener buenos ingresos en poco tiempo; pero también para favorecer su posición en su trabajo, obtener ventajas o ascensos.
Para dedicarse a esta práctica influye la educación, la personalidad, el ambiente y la baja autoestima.
¿Por qué es el sexo femenino el que se prostituye y el masculino el que consume este servicio?
Desde épocas muy antiguas fueron las mujeres las que vendieron su cuerpo a los hombres, quienes tenían serios problemas para conseguir mujeres dispuestas a entregarse por una pasión.
Las mujeres permanecían en sus casas y sólo salían cuando se casaban, generalmente uniéndose en matrimonio con alguien con quien los padres establecían alguna forma de alianza.
La mayoría de ellas nacían para casarse y tener hijos, de modo que más que una condición elegida era una imposición.
Eran muy pocas las mujeres que no gozaban de esta expectativa, sólo las de las clases más bajas que no tenían dote y no se consideraban un buen partido.
Las escasas posibilidades de ascensión social, más las privaciones y el mal trato, ya que los hijos varones eran considerados más valiosos, hicieron que algunas se vieran obligadas a huir de sus casas o simplemente fueran obligadas a marcharse una vez que cumplían la mayoría de edad.
Con escasa instrucción ya que no era habitual mandar a todos los hijos que se tuvieran a la escuela, eran pocas las posibilidades de supervivencia, a menos que fueran atractivas y bellas como para que los hombres repararan en ellas. Entonces se presentaba la oportunidad de caer en manos de algún inescrupuloso que a fuerza de engaños las seducía con el objetivo de ponerlas a trabajar como prostitutas para vivir de ellas.
Las más “afortunadas”, lograban contraer matrimonio con alguien que los padres consideraban ventajoso para obtener algún beneficio sin tener en cuenta la opinión de sus hijas.
Pasaban así de una cárcel a otra, para servir a un hombre con quien no se sentían ligadas por ningún lazo afectivo, que las llenaba de hijos.
Las mujeres durante miles de años fueron sometidas por los hombres, vendidas por sus padres, usadas y hasta en los libros sagrados fueron discriminadas por ser culpables de provocar la tentación de los hombres.
Sin embargo, en todas las épocas hubo mujeres fuertes que contra viento y marea resolvieron su independencia utilizando a los hombres para hacerse una posición.
Es evidente que la respuesta al sexo de una mujer es muy diferente a la del hombre.
El hombre es más débil para resistirse al encanto de una mujer, mientras ésta puede mantenerse fría y ejercer esta fascinación para manipularlo sin que se entere.
Tal vez sea una cuestión cultural, al recibir una educación destinada a reprimir la sexualidad, lo que les permitía con más facilidad mantener el control.
El hecho es que una mujer que se prostituye está representando un papel que no siente, motivada por el solo objetivo de hacer un buen negocio.
El hombre que paga para tener una relación sexual es alguien que no se siente capaz de conseguir una mujer que se entregue a él por amor; o tal vez tiene esposa e hijos, pero él permanece fijado a una etapa precoz en que la sexualidad y el amor estaban disociados y sólo lo puede satisfacer sexualmente una relación sucia y prohibida.
En la actualidad, la prostitución gay hace posible que el hombre pueda hacer realidad sus fantasías homosexuales; aunque el temor al sida ha provocado que el acto sexual se reduzca sólo a la práctica de sexo oral.
Una mujer puede dar la vida por sus hijos, pero tiende a manipular a su marido a su antojo, haciéndole creer que en la casa se hace lo que él quiere.
Ella no tiene la culpa, porque hace lo mismo que hicieron su madre y su abuela, su bisabuela y su tatarabuela.