La vida es un jardín; lo que siembres en ella, te devolverá. Así que, elige semillas buenas, riégalas y con seguridad tendrás las flores más bellas. Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, es una simiente. Cada una tiene en sí el poder vital y germinativo. Procura, entonces, que caiga tu simiente en el surco abierto. Procura además, que sea como el trigo que da pan a los pueblos y no produzca espinas y cizañas que dejen estériles las almas.
Muchas veces sembrarás en el dolor, pero esa siembra, traerá frutos de gozo. A veces sembrarás llorando, pero ¿quién sabe si tu simiente no necesita del riego de tus lágrimas para que germine? No tomes las tormentas como castigos. Piensa que los vientos fuertes harán que tus raíces se hagan más profundas para que tu rosal resista mejor lo que habrá de venir. Y cuando tus hojas caigan, no te lamentes; serán tu propio abono, reverdecerás y tendrás flores nuevas.
Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, fructificará según como lo siembres. Ve y arroja el grano, ve abriendo el surco y siembra.
Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada es una simiente.
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