A una novia
Alma blanca, más blanca que el lirio frente blanca, más blanca que el cirio que ilumina el altar del Señor: ya serás por hermosa encendida, ya será sonrosada y herida por el rayo de la luz del amor.
Labios rojos de sangre divina, labios donde la risa argentina junta el albo marfil al clavel: ya veréis cómo el beso os provoca, cuando Cipris envíe a esa boca sus abejas sedientas de miel.
Manos blancas, cual rosas benditas que sabéis deshojar margaritas junto al fresco rosal del Pensil: ¡ya daréis la canción del amado cuando hiráis el sonoro teclado del triunfal clavicordio de Abril!
Ojos bellos de ojeras cercados: ¡ya veréis los palacios dorados de una vaga, ideal Estambul, cuando lleven las hadas a Oriente a la Bella del Bosque Durmiente, en el carro del Príncipe Azul!
¡Blanca flor! De tu cáliz risueño la libélula errante del Sueño alza el vuelo veloz, ¡blanca flor! Primavera su palio levanta, y hay un coro de alondras que canta la canción matinal del amor.
Rubén Darío
(1867-1916)
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