Envuelta en el denso velo de la tenebrosa noche, vino en sueños a buscarme la gacela de los bosques. Vi el rubor que en sus mejillas celeste púrpura pone, besé sus negros cabellos, que por la espalda descoge, y el vino aromoso y puro de nuestros dulces amores, como en limpio, intacto cáliz, bebí en sus labios entonces. La sombra, rápida huyendo, en el Occidente hundióse, y con túnica flotante, cercada de resplandores, salió la risueña aurora a dar gozo y luz al orbe. En perlas vertió el rocío, que de las sedientas flores el lindo seno entreabierto ansiosamente recoge; Rosas y jazmines daban en pago ricos olores. Mas para ti y para mí, ¡oh gacela de los montes!, ¿qué más rocío que el llanto que de nuestros ojos corre
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