Abrazada al disco solar dejó pasar la noche. Un día vio relucir las estrellas y quedó desolada al ver caer un negro crespón. Hoy se agarraba a los pies de la tierra y musitaba sonidos para no escuchar el silencio de su voz.
Una flor tendida, acamada por el sol, seca en su raíz. Ella cubría su rostro los días de viento para que su piel quedase sin mácula. Comía ternuras en diferentes picos, mientras tapaba sus oídos apretándolos con fuerza. No quería volver a escuchar los colores de su nombre.
El corazón mira con ojos distantes, queda pausado fingiéndose muerto a su paso. Nadie llama, aun así no escucha. En los postreros días no detendrá su paso al descuido de los atardeceres. Ya nada sofoca, nada quitará el frío.