Había una vez un maestro espiritual cuyos sermones diarios eran muy profundos y estimulantes. Solía dedicar horas a preparar esos mensajes de esperanza, amor, perdón y alegría. Una mañana, antes de ponerse de pie para pronunciar el sermón de ese día, el maestro se concentró en el mensaje que iba a transmitir y pensó que probablemente sería el mejor que se había escuchado jamás. Recordó el tiempo que había pasado escribiendo y reescribiendo las palabras de esperanza y paz, y tuvo la seguridad de que muchos se sentirían estimulados y conmovidos por tal sabiduría. Sonriendo, se levantó y se puso frente a las personas que se habían congregado allí para escuchar el mensaje del día.
En ese momento apareción un pajarillo que se posó sobre el alféizar de la ventana y comenzó a cantar de todo corazón. Estuvo así cantando unos minutos y después se alejó volando. El maestro guardó silencio un momento y luego dobló los papeles en los que estaba escrito el sermón que había preparado.
- El sermón de esta mañana ha acabado - anunció.
Esta historia refleja lo que es la gratitud: ser capaz de experimentar y aceptar plenamente la espontáneidad de un momento que no se ha buscado ni preparado.
La gratitud es aminorar el paso, abrir los sentidos al mundo que nos rodea, y sentir el efecto de esa percepción consciente en nuestros sentimientos y sensaciones y del modo de vivir el siguiente momento de nuestra vida.