
Al otro lado sólo había arena, y un montículo verde, poblado de una gran arboleda. Las aguas que bañaban las playas eran turquesas, y en su cielo no se atrevían a posar las nubes. El sol calentaba hasta la ensoñación. En el silencio, se oían leves gorjeos de aves. La brisa pasaba de puntillas.
La cabaña era de madera, algo reducida. Una cama confortable, un sofá, unas sillas y una mesa, en su habitación principal. Sólo estaba dotada de lo indispensable. No hacía falta más.
Las paredes estaban abigarradas de libros. Las manos se perdían entre las estanterías y la curiosidad. Y llegó , como todo, de manera inesperada, cuando el deseo había sido derrotado.
Por fin, el vacío de la mente, la paz plana del lugar donde no existe el tiempo. Quedó en ese momento señalizado el km. 0 de lo que en adelante sería su vida.
