A veces entre la maleza, entre los cardos; cuando el camino es largo, llega la alfombra verde sólo adornada de alguna flor puesta por azar.
Ante la dureza de la piedra, sólo ver la vida que bajo ella discurre, o la hierba que se entretiene en acariciarla.
El viento no descansa en su mecer las plantas. A veces tan suave, que a su roce adquieren aún más belleza; otras, las zarandea como si jugara con ellas, que se crecen en su delicada fuerza.
Allí donde unos ojos soñadores las admiran, haciéndose espejo de su hermosura, hay poesía.
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