Vemos a diario como terminan las mujeres que están dispuestas a amar a sus parejas a pesar de todo, tolerando agravios, castigos severos y golpizas que no respetan ni siquiera un embarazo.
Un nuevo caso de violencia de género agrega hoy una víctima más a la larga lista de jóvenes mujeres que quedan desfiguradas por haber sido rociadas con combustible frente a sus hijos.
Estos hechos nos llevan a reflexionar sobre las causas que subyacen a esta conducta aberrante que se está convirtiendo en una práctica frecuente entre nosotros.
El hombre que le pega a una mujer es un cobarde, porque solamente un cobarde se aprovecha de la inferioridad física de una mujer para someterla a su voluntad; no le importan las consecuencias de sus actos; representa un peligro para la sociedad porque es incapaz de controlar sus impulsos; y tampoco le importa el daño psicológico y el ejemplo que le está dando a los menores que son testigos.
Sin embargo, estas mujeres que son golpeadas sistemáticamente por cualquier motivo, no solamente no los denuncian sino que además los perdonan, justifican su conducta y tienen la esperanza de cambiarlos.
Esta actitud autodestructiva muestra la falta de autoestima de estas mujeres y lo que son capaces de soportar con tal de no perder la relación con ese hombre violento.
La realidad es que no se puede cambiar a nadie; porque para que en una relación el otro cambie, primero es uno el que tiene que cambiar.
Una relación violenta tiene esas características desde el principio, principalmente si el hombre es alcohólico, adicción que en general no abandona.
Sin embargo, muchas mujeres se niegan a ver lo que es obvio y se entregan a un amor que puede costarles su vida y la de sus hijos.
El hombre contemporáneo está en crisis; genéticamente está programado para dominar a las mujeres y hacer su voluntad, actitud que logró afianzar el género masculino debido principalmente a su mayor tamaño físico, durante los siglos en que ejercieron el patriarcado.
Recién en el siglo XX este rol empezó a cambiar debido principalmente a las guerras que obligaron a la mujer a trabajar fuera del hogar para mantener a sus familias; circunstancia que las ayudó a darse cuenta que podían independizarse económicamente y ganar autonomía y poder de decisión.
Este gran cambio, fue mucho más rápido que la capacidad del hombre para adaptarse a un nuevo orden en la sociedad, que le exige la misma responsabilidad y le resta la autoridad que acostumbraba a ejercer.
El hombre se tiene que enfrentar a un nuevo modelo de mujer, que puede tener su mismo nivel de educación y que se puede bastar a sí misma.
Este nuevo patrón femenino no se ajusta a las necesidades inconscientes de los hombres que aún esperan encontrar en la mujer a un ser pasivo que acceda a sus demandas sin contradecirlo ni interferir en sus planes.
Aunque muchos hombres creen haber superado esas expectativas y afirman ser modernos, los hechos que nos revela la crónica diaria demuestran lo contrario.
Por otro lado, todavía existen muchas mujeres machistas que prefieren someterse a un hombre y vivir una vida de servidumbre, porque también ellas han sido programadas para cumplir ese rol y se sienten atraídas por ese tipo de hombre.
La neurociencia ha demostrado que las neuronas tienen la capacidad de formar nuevos circuitos a cualquier edad si se modifica el comportamiento; de manera que depende de nosotros el cambio.