Muchos años pasaron por las viejas escaleras, muchas pisadas e historias desconocidas la ocuparon. El tiempo se posaba en sus desconchones, y la dejadez de sus vecinos se dejaba ver en sus humedades. Lo que jamás consiguieron es quitar el color rojo de sus paredes, y daba la sensación de que estaban teñidas de sangre.
No se explicaban como habían tomado ese color, pero sabían con exactitud el fatídico día en que se volvieron rojas.
Ella subía diariamente en las madrugadas dejándo oír esa voz ronca y arrastrada que le ponía el alcohol; muchas caídas le costaba esa subida, que la mayoría de las noches la hacía en compañía de algún hombre en deplorable estado, como ella. El somier tomaba la cantinela sempiterna a los oídos de todos los moradores del viejo edificio. Era como la nana que mecía al vecindario, y su grito, como si de repente tomara una liana y se trasladara a otro árbol, al igual que Tarzán. Sabían que una vez dado, ya podían descansar tranquilos. Había noches más agitadas, con golpes que no sabían con exactitud de donde podrían proceder. Podría ser de los tropezones a los que les llevaban los vahos etílicos, pero siempre les quedaba la duda. Una duda que tampoco se atrevían a resolver, cuando a ella la veían con los labios hinchados, o las ojeras moradas.
Ese día había quedado en su recuerdo, pues ninguno de ellos había podido pegar ojo. No se escuchaban golpes, y los pasos cesaron de repente, sólo el somier llevaba un ritmo con distinto compás. Estaban expectantes aguardando el grito de la selva, pero no llegó, y todos quedaron extrañados.
La siguiente noche, no la sintieron pelear con la escalera, y queriendo atender a los cotilleos, una de las vecinas subió sigilosamente a asomarse al descansillo del piso de arriba. Quedó horrorizada al ver que por debajo de la puerta se iba haciendo paso un hilo de sangre. Con el corazón encogido corrió a avisar al resto. Y todos juntos, acudieron. Llamaron, pero no había respuesta. De dos patadas tiró uno de ellos la puerta; fue fácil, porque estaba medio podrida, y...Allí la encontraron, esposada y colgada del techo por los brazos, con una mordaza en su boca. Estaba cosida a puñaladas, después de haber sido brutalmente golpeada y violada.
Ya nadie duerme en ese vecindario, el insomnio se ha instalado en todo el bloque, y el color de sus paredes, escupe toda pintura que le intentan echar encima. Han pasado 20 años, y aún no han conseguido saber quien fue el autor de la muerte de Rita.
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