
Ya han llegado las amapolas.
Ahí están ellas. Erguidas, valientes en cualquier lugar. Lo mismo en cultivos de cereal que en suelos pobres y pedregosos.
No se rinden. Vuelven cada año porque dejan sus semillas extendidas para no extinguirse, para perdurar....
Y alegran la vista, ellas lo saben. Por eso no les importa que su vida sea tan breve. ¿A qué alargar una vida que nadie percibió?. Mejor breve pero intensa. Como su color.
En algún sitio leí a un experto botánico que las calificaba de "malas hierbas". Y me parece injusto que se les adjudique un nombre tan peyorativo.
Tal vez porque no son flores de jarrón ni de ojal, porque sólo quieren vivir pegadas a la tierra, porque no les gustan los jardines cercados, sino la libertad del campo abierto. Porque viven poco pero como les da la gana, y porque si las arrancas de donde quieren estar, prefieren morir.
Son poco refinadas, aunque en francés tengan un nombre muy elegante: Coquelicot. Pero son alegres y valientes
En grupos y vistas desde lejos, parecen manchas de sangre fresca, de la sangre que brota de los corazones sinceros y que no se doblegan.
Me gustan las amapolas y su filosofía de vida

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