La Galera o Galerica es un islote rocoso, de escaso tamaño, situado en el Mar Menor, cerca de la costa media de la Manga.

Allí vive una sirena, que tiene un castigo singular: es invisible y no tiene nombre. Únicamente, en esos terribles días de temporal de Levante a finales de Agosto, la intensa humedad del viento, al chocar contra ella, puede corporizarla, en acuosos perfiles delicuescentes, si sobre el parco roquedo a flor de agua está.

Entonces, escuchando atentamente, es posible oír, mezclado con el ulular del viento marino, un delicado canto agudo, trágicamente melódico.

Esta triste sirena habitaba los fondos del Mar Jonio, donde tiene su palacio de nácar, corales y perlas el rey de los océanos Poseidón. El destino, que es ciego, hizo a la sirena enamorarse de su rey. Y tanto se enamoró, que compuso un canto de amor encendido al dios de los mares, que, merced a su impar hermosura, se difundió por todo el marino reino. Súpolo Anfítrite, la esposa de Poseidón, enfermó de celos, y mandó traer a la sirena. Una vez ante ella, le ordenó cantase la oda de amor a Poseidón que había compuesto. Con todo su corazón, la enamorada sirena entonó la sentida balada. Quedóse el palacio entero absorto ante su canto, y todos se pararon a escuchar las dulcísimas notas de la amorosa queja.

Cuando acabó, Anfítitre exclamó:

Me has quitado los celos, pero me has matado de envidia. Yo nunca podré amar a nadie como amas tú a Poseidón.

Entonces, pidió a Zeus castigara a su rival en el amor de su marido. Inquirió Zeus cuál pena pedía para la sirena, y Anfítitre dijo:

Algo más duro que la muerte: que regrese al reino de la no existencia, donde nadie tiene nombre, y donde nadie puede ser visto.

Alivióse Zeus de oír tal, pues no le gustaba ejecutar a nadie por causas de amor, siendo él mismo tan proclive a tales lances. Borró en la mente de todos el nombre de la sirena, y la tornó invisible. Con ello, a la vez, obedecía y engañaba a Anfítitre. Dos tritones condujeron por el fondo de los mares a la sirena hasta la Hesperia extrema, donde, en un pequeño mar de agua encerrada, obligaron a la pobre enamorada de su rey a entrar. Justo según ingresaba en su acuosa celda, iba tornando invisible la sirena. Los tritones, con la ayuda de Poseidón, que movió convenientemente los fondos del piélago, levantaron una isla enfrente de la única salida del mar encerrado, para hacer guardia eternamente, a las puertas de la prisión.

Cuando sopla fuerte el Levante, la sirena sin nombre sale del agua y se asoma al roquedo, por ver si el viento que de la mar viene, efluvios de su enamorado le trae.