
¡Ah!, rosa abierta en rojos, la mejor de mis flores, tú me enseñaste, fresca, ilusamente a amarla. Tu caricia en su boca se interpuso al besarla; caí preso de tu encanto, de tu embrujo de olores.
¡Ah!, labios de la noche, rubor de los albores; me pongo enamorado, cuerdo o loco, a evocarla. Me insinúa tu aspecto que no podré encontrarla por tu tallo orgulloso, por tus bellos colores.
Su aliento de huracán en mi alma no descansa; se ensimisma en los tímpanos huecos de caracolas junto al oído, donde mi vista no la alcanza.
Su amor partió meciéndose entre refugios de olas. ¡Flor indócil, se fue! Dame tú una esperanza: si no está ella déjame que yo te bese a solas.

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