
Tú que habitas ahora despierta sobre el agua rota de los diamantes.
Tú que habitas ahora, como una llama vida, lo mismo que lámpara desvelada en su propio mundo de claridades.
No eres la terrible, la fulgurante luz que llega de los cielos.
Eres la espada fina, la silenciosa espada que siega las tinieblas, el más agudo grito salido de las mismas entrañas de las sombras.
Entre el río de siempre cubierto de ceniza.
El río inevitable donde mi amor aguarda la primitiva lumbre que quiebra sus metales, sus desoladas selvas, sus ópalos del aire.
Eres la iluminada, la solitaria esquiva que defiende los bronces de la noche y del alba.
¡ Radiante forma anclada de los vivientes orbes, traspasado por ti derrumbo mis orillas, hago rosas de hielo de mis propias palabras!
-¿En cuál lecho de otras arenas diferentes creció de soledades la noche que en tus pulsos moja en agua celeste su roja llamarada?
En la ola de vidrio furiosa que te envuelve lo mismo que una torre, como una firme hiedra de sed devoradora, construida de ciegos arcángeles te elevas más allá de las nieblas, hacia los nuevos soles que laten en tu sangre llovida de amapolas.
-¿Es el amor que esperas erguida en el umbral de la rosa más alta?
¿De la encendida rosa que el verano calcina con sus labios de fuego?
Debajo de la muerte total otras campanas desesperadas claman, claman otras campanas debajo del silencio donde crece el vacío como una flor helada.

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