Y un día más, se abrirán los abanicos de la soledad,
como inesperados aspersores, que acobardan a la tristeza…
Abanicos que el cielo tapian con nubes, después de la claridad,
cuyas varillas son sombras de azahares muertas; personas sin alma ya,
y su paisaje… borrosa belleza con pereza al enfocar.
Y al agitarse, todos de golpe, con embustes nos quieren despertar
esas partes del alma que aun duermen su vida en paz.
En vez de darnos aire nos lo quitan, ladrones del respirar;
contraproducentes flujos que nos hacen boquear,
para abrir las heridas infectadas del alma, imposibles de cicatrizar
y los recuerdos del futuro que sin nacer comienzan ya a sollozar…
Embarrando las botas en caminos que estamos volviendo a cruzar.
El aire contaminado en el pulmón, su cama, se quiere acurrucar.
La angustia nos hace latir perdidos en la trampa mortal.
Y un día, nosotros seremos una naranja podrida, colgados sin fuerzas ya,
esperando a que un soplido nos haga volar al final.
Habiendo notado el sol, el viento y el beso de un mar
que ansioso nos bebió el néctar para saciar la sed de su sal,
obligándonos a ser testigos de este lento marchitar…
El arrepentido tiempo se quiere suicidar,
al no entender ya su juego de destruir y crear,
por beberse nuestra ambrosía y dejarnos desecar,
y por sentirse impotente, homicida, culpable e inmortal.
Por intentar a la vida con sus lágrimas regar,
y darnos de beber aire que sin querer nos va a ahogar
como arena de relojes, inhalando nuestro tiempo al respirar…
Cuando en el frio de la noche la tristeza nos hace llorar,
debajo de un cielo negro contemplamos su estrellar,
que es el ojo de la muerte que nos quiere examinar,
para sentir su poder, en su negra oscuridad.
Su manto es nuestra mortaja que algún día nos cubrirá
y mientras no se nos arropa nos presenta su guiñar…
Y a la mañana siguiente, el sol nos vuelve a engañar,
con su nuevo día nos distrae, estrangulando el suspirar.
Y con su calor quiere, nuestras lágrimas, de la almohada evaporar,
y falseará nuevas vidas y ocultará la opacidad;
la luz es mentirosa y cruel, pues disfraza la realidad
y la realidad no es otra que la tenebrosidad.
Naranjas solitarias somos, esperando el recolectar,
por las manos de unos dioses que nos arranquen sin más.
Y mientras para engañar a la vida y borrar este penar,
buscaremos ya partidos a nuestra otra mitad,
intentando hacer balanza en la rama de la soledad
intentando borrar sueños, para volver a soñar…
Nacidos todos guerreros, perdida la batalla está,
Intentaremos seguir con jugo hasta el día del juicio final,
aun sabiendo que es fluido que se va a desecar.
Viendo amarillento el traje por dejárselo al tiempo acariciar.
Y nuestra alma invisible, rendida en el batallar,
siendo sabia del camino solamente en su final.
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