La experiencia de la amistad en la adolescencia suele ser intensa, profunda y también necesaria; porque el adolescente que no tiene ni siquiera un amigo, puede sufrir secuelas en su etapa adulta.
La pertenencia a un grupo de pares le sirve al adolescente para ensayar su rol de adulto y para identificarse, porque necesita ser igual a los otros para poder diferenciarse.
El grupo cobra para el adolescente una importancia capital, porque es el ámbito que necesita para sentirse contenido y aceptado.
Las primeras identificaciones del adolescente son con sus padres; posteriormente para vincularse con sus pares adoptarán la misma forma que tienen sus progenitores para vincularse ellos con otros.
Si los vínculos que establecieron los padres con sus propios pares fueron débiles, pobres o nulos, para los hijos el tránsito por la experiencia de grupo será igual que incursionar sobre terreno desconocido; por lo que tenderá a adoptar el ejemplo de los ámbitos del entretenimiento y la diversión que son los que les ofrecen propuestas alternativas.
La tecnología está reemplazando los espacios de participación personalizada que son los que permiten que un joven se sienta aceptado y valorado por ser quien es.
El sentimiento de pertenencia a un grupo o a una institución hace que un adolescente fortalezca su identidad y lo ayude a alcanzar su madures.
La adolescencia es un proceso de cambio que necesita vivirse acompañado, estar presente para ser escuchado y aventurarse a crear alternativas propias.
El adolescente con poca predisposición para el deporte, puede tener aptitudes para el teatro , el arte, la investigación, la ciencia, la solidaridad o la literatura. La cuestión es sentirse de algún modo protagonista, encontrar su lugar en el mundo.
Es importante saber que solamente las personas que tienen la oportunidad de practicar sus cualidades sociales son las que podrán desarrollar más y mejor su potencial humano.
Los padres tienen que aprender a ser aliados de sus hijos porque tienen la experiencia necesaria de vida y pueden ayudarlos con eficacia a desarrollarse plenamente.
Pero esto no es fácil, porque la relación entre padres e hijos adolescentes suele ser tormentosa y los jóvenes viven el interés de sus padres como una intromisión a su libertad que les resulta inadmisible.
Los padres, por su parte, se molestan por su actitud y ante las decisiones que toman, se sienten heridos, frustrados y su malestar se centra en sus propios sentimientos y temores, tendiendo a abandonar cualquier intento de acercamiento.
Los adolescentes necesitan encontrar su propia forma de conducir sus vidas y por eso rechazan la ayuda que les brindan sus padres.
Frente a esta situación pueden ocurrir dos cosas, que los padres se alejen por completo de sus hijos o que traten de forzarlos a seguir sus consejos.
Los adolescentes no necesitan consejos porque todo lo que tenían que aprender de sus padres ya lo saben, lo que más necesitan es que ellos sean sus aliados para poder enfrentar los muchos desafíos que les esperan, para sentir que no están solos, para tener presente su confianza y sentirse más seguros, para así llegar a pensar, sentir y desear por sí mismos.
Esta alianza entre padres e hijos es la que les permite tomar conciencia de cuál es la tarea que debe realizar cada uno.
Fuente: “Sophia”; “Con los adolescentes ¿quién se anima?”; Juan Pablo Berra.
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