Pasó el león un díapor delante de una colmena, y se detuvo. Observó que era perfecta: una pequeña y murmullosa catedral gótica donde esas hembras llenas de perfume y polen, esas hembritas dulzonas, eran capaces de elaborar un alimento sanador y perfecto, de colaborar con la polinización de las especies vegetales, de dar cera y jalea, y de alargar la vida de las gentes.
Luego el león se retiró, cabizbajo. Él, con más ruido y más sangre, no era capaz de crear más que algún hijo, y la lógica de todos los imperios: la del miedo.
“Poca música”, pensó, mientras se alejaba con su melena mecida por el viento.
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